Quién iba a sospechar que un viaje a Turquía en plena segunda ola mundial de la pandemia pudiera traer consigo un contagio por coronavirus. Quién iba a pensarlo. Quien iba a resultarnos tan cenizo, tembloroso de alarma y de alucinación. Quién iba a presagiar que en un desplazamiento casi de Orient-Express por la distancia -pero sin un glamur de Agatha Christie ni una sola copa de champán al atardecer, en plan de recua sin vagón restaurante-, nada menos que desde Calamonte, en Badajoz, hasta Estambul, pasando por Madrid, de un grupo de entusiastas capilares, iba a ser posible un contagio masivo. Es que eso es pensar mal, y para algo nos había dicho el presidente Sánchez en junio que ya habíamos derrotado al virus. Así que a por ese implante colectivo. Porque Yul Brynner solo hay uno, y encima en sus fotografías tocando el ukelele, cuando todavía tenía pelo, casi luce igualito que Tony Leblanc, que era otro aire. Hay calvas prestigiadas, rutilantes, casi griegas: pienso en la perfección craneal de Michael Jordan con la camiseta de los Bulls. Uno no imagina a Michael Jordan ni a lo afro ni peinado con gomina a lo Clark Gable amando a Carole Lombard. No. Michael se rapaba: y había un gran brillo ahí, había un estilo. Y por eso volaba encima de nosotros y lo ha seguido haciendo en ‘The Last Dance’. Y a Yul Brinner, por cierto, que anduvo por España de rodajes tardíos y se hizo amigo del actor Julián Mateos -estupendo en la serie de Cervantes-, le cambió la vida afeitarse el cuero cabelludo. Antes tenía un buen pelo -sí, en plan Leblanc-, pero era uno más, o no era nadie. En cuanto se rapó se convirtió en Yul Brynner y esa fuerza ya le duró siempre. Eran calvas fulgentes, eran calvas altivas. Eran unas calvas superiores. Eran unas calvas voluntarias. Eran duras. Eran unas calvas que irradiaban una fortaleza del carácter.

No seré yo quien esté en contra de la felicidad de nadie. Si a esta gente le hacía ilusión volver a tener pelo y hacerse ese implante capilar turco, adelante. Porque ilusión tiene que hacerte para cruzarte el continente desde Badajoz, y eso tiene todo mi respeto. Pero hombre, no lo hagas en el puente de la Constitución, cuando a los ciudadanos ya se nos había obligado a no desplazarnos entre las comunidades para evitar la propagación del virus. Pues nada. Esa gente se planta en Estambul desde Calamonte, pasando por Barajas, para coger su avión hacia Turquía. Un implante después, dentro de este grupo de 19 machotes -excepto una mujer, todos eran hombres, con dos policías locales: bravo por su sentido de la responsabilidad-, ha habido varios positivos por coronavirus, que han llevado de vuelta a Calamonte, donde sus 6.200 habitantes ahora miraran con otros ojos sus nacientes melenas otomanas. Todo se debe, según parece, a la iniciativa del peluquero que también viajó con ellos, y que está contagiado. El viernes ya anunció la Junta de Extremadura el brote en Calamonte, con 29 casos y 250 contactos. Se ha cerrado el colegio San José, con 500 alumnos y 40 profesores, por varios positivos. Y la cosa sigue.

Independientemente de que se contagiaran en Turquía o pasando por Barajas, el tema es que te hagas media ruta de la seda, en plena pandemia mundial de una enfermedad infecciosa y mortal, que se contagia si te respiran demasiado cerca, para ponerte pelo. Algo que solo puede ser propio de calvos mentales interiores, a los que le ha faltado el suficiente riego sanguíneo para desarrollar un pensamiento consciente por debajo del cuero cabelludo. Algo así como la tropa de tarados --y taradas, no las olvido- que hace unos días abrieron las noticias bailando animadamente y cantando villancicos abrazados en la plaza de las Tendillas. Claro que uno tiene también ganas de cantar y de bailar. Y de más cosas. Pero nunca a costa de jugar con la salud ajena. Más allá de la coña crecepelos, a los desalmados -lo son: como todos aquellos que se han guiado solo por sus apetitos, sin pensar en el riesgo de los otros-- les ha faltado entrar en una UCI y ver lo que sucede. Ponerse bocabajo sin el aire en el pecho. Les ha faltado el dolor de la cama vacía, perder a quienes aman. Les ha faltado morirse, para saber de verdad lo que es el Covid.

Por supuesto que necesitamos un respiro; pero con precauciones, no a lo loco. Pero esto sólo podremos sacarlo adelante entre todos, y la irresponsabilidad invalida el esfuerzo común. No nos merecemos estos brotes, totalmente evitables, ni sufrir por su imbecilidad. Felices fiestas, claro. Y ojalá.