Había allí tipos y tipas peinando canas, elegantes, sonriendo como solo saben hacer en el espacio comprendido entre el río Oder y el Bidasoa por la parte norte de la isla de los Faisanes, o sea, para adentro. Me había invitado el entonces cónsul de Francia, Marcel Guinot (como en Casablanca, la consolidación de una gran amistad), era finales de enero de 2003 y en Sevilla lloviznaba. En el salón del Real Alcázar de Sevilla brindaban con espumoso Marcel Guinot, Alfredo S. Monteseirín, Zarrías, y el cónsul alemán. Nos regalaron un álbum de fotos históricas de lo que conmemorábamos, el 40 Aniversario del Tratado del Elíseo. Han pasado catorce años y Europa parece reventar las costuras que con dificultad se remendaron, tras las guerras mundiales, en tratados decisivos como el de Roma y el del Elíseo en los años cincuenta y sesenta. Ahora Europa, tras arrojar el lastre británico, se volverá a cimentar; Europa, como todo lo humano, tropieza dos veces en la misma piedra, en este caso Gran Bretaña, altiva siempre como para querer brindar con champán habiendo ginebra. El otro día veintisiete mandatarios europeos eran recibidos por el Papa en la Capilla Sixtina recordando el 60 aniversario del Tratado de Roma. Se desprende de la foto la magia de un aura inconsciente cayendo sobre ese grupo de irresponsables mediocres. No hay más que verlos para saber que ninguno es digno sucesor de Jean Monnet, de Konrad Adenauer, de Robert Schuman. El aura es el espíritu de la unidad irrevocable que cada año sellan los jóvenes europeos a través de intercambios, amistades, amores, algo que el atajo de altos funcionarios que pastan en Bruselas y Estrasburgo no saben ver en su real envergadura. No es la inmigración, ni la asimilación de otras etnias, ni las crisis económicas lo que pone en peligro a Europa; el peligro viene de la catadura de la mayoría de sus representantes, por cuanto los partidos suelen enviar allí a quienes les sobran por no haber alcanzado un puesto en otros parlamentos, sin más mérito ni conocimiento. Pero las sinergias desatadas por una Europa eterna son ya irreversibles; por eso, como dicen en Francia, tant pis! (no importa).

* Profesor

@ADiazVillasenor