Amo profundamente a Portugal. Más allá de su apabullante patrimonio natural e histórico-artístico (también arqueológico, gastronómico y etnográfico), está poblado por gentes que, hasta donde manda mi propia experiencia -excepciones las hay en todos sitios-, son más humildes, respetuosas y educadas que nosotros; tanto, que basta escuchar gritos en cualquier sitio para deducir que muy probablemente quienes las profieren son españoles. Es una de las cosas que admiro de nuestros vecinos: cómo valoran el silencio, cómo respetan al otro, cómo derrochan civismo. No entienden por ejemplo que en un bar nosotros lo tiremos todo al suelo, ni que en un chiringuito de playa la música derroche decibelios y las conversaciones deban elevarse por encima de ella; cuestiones en apariencia baladíes, pero que determinan una forma muy concreta de concebir la vida, un carácter diferente, un fondo de educación del que nosotros adolecemos. Los portugueses sienten en relación a los españoles, que suelen hacer gala con ellos de prepotencia y cierta dosis de conmiseración, una admiración indudable y un relativo complejo de inferioridad. La prueba está por ejemplo en que una amplia mayoría sabe español, o se esfuerza por entendernos, mientras que muy pocos de nosotros nos hemos tomado la molestia de aprender una sola palabra en portugués más allá, en el mejor de los casos, del consabido «obrigado». Quizá por eso tengo buenos amigos lusos, y viajo con frecuencia a su tierra, no solo por motivos académicos.

En estos días, disfruto leyendo con calma la magnífica Tesis Doctoral de Monica Rolo, una colega portuguesa que ha trabajado sobre O mundo funerario romano no Nordeste Alentejano, a partir, fundamentalmente, de los materiales recopilados en la primera mitad del siglo XX por A. Luis Agostinho, P. Enrique da Silva Loro y, muy especialmente, Antonio Dias de Deus, funcionarios los tres de la Colonia Correccional de Vila Fernando, en Elvas, hoy custodiados en su mayor parte por la Fundaçao da Casa de Bragança en el castillo de Vila Viçosa. Ninguno de ellos era arqueólogo titulado, por lo que constituyen un ejemplo paradigmático del amateurismo típico en la arqueología de aquellos años, pero tuvieron el acierto de ponerse hacia 1950 bajo la tutela de Abel Viana, director a la sazón del Museo Arqueológico de Beja, y uno de los nombres fundamentales de la arqueología portuguesa del siglo XX. Juntos sufrieron los envites de un sistema que, olvidando los términos medios, alternó en calificar su labor de «preciosos serviços», o de «desserviços irreparáveis», influenciado al parecer por las iras, las maniobras un tanto siniestras, y la persecución implacable de Manuel Heleno, autoproclamado sucesor de Leite de Vasconcelos, catedrático de Arqueología en la Universidad de Lisboa, y director del por entonces Museo Nacional de Etnología. Heleno conoció la labor que desarrollaban en Elvas muy pronto, pero no se pronunció sobre ella hasta 1949, obsesionado por hacerse con el control de los campos de urnas excavados en Chaminé. Y para ello dejó de lado cualquier escrúpulo, hasta el punto de atribuirse públicamente la autoría de los hallazgos. Quiero reproducir aquí un párrafo de una carta de Abel Viana a su hermano que incluye en su tesis la doctora Rolo, porque a mi juicio tiene un valor y un poso extraordinarios: «Creo que te conté que el Dr. Heleno intentó torpedearme ante la Junta Nacional de Educación y atribuirse el mérito de haber sido él el autor de los descubrimientos de Dias de Deus... Lo más curioso es que ni él ni la Junta han tenido conmigo el menor contacto, ni oficial ni personal. Claro, era trabajo de zapa, de mentiras...; pero la publicación de mi último artículo, con el que demuestro que mi prioridad ha sido siempre la científica, dejó a Heleno arrasado y mal colocado -eso, después de su conferencia en Lisboa, en la que se hizo pasar por el descubridor...; todo un fiasco-. Me dicen que incluso ha caído enfermo. Parece increíble. Un hombre que siempre me trató bien y que yo estimaba, haciendo esta triste figura, solo por la ambición de apropiarse de lo que pertenece a otros. Dias de Deus estuvo hace poco en Lisboa y Heleno lo llamó, pero se negó con firmeza a verlo. Los de Elvas no perdonan. Todo lo descubierto está escondido en el Museo hasta que yo lo publique, cosa que haré sin demora. Si Heleno aparece por allí no le será mostrado nada, salvo lo ya publicado». Son palabras, situaciones y prácticas que pueden parecernos muy lejanas en el tiempo y en el espacio, pero que siguen entreveradas en la esencia de la arqueología peninsular y andaluza como la grasa en el jamón (créanme, sé de lo que hablo...). De ahí la necesidad para el colectivo de un sentido férreo y riguroso del corporativismo y de la ética. Servirían al menos para defendernos de nosotros mismos.

* Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba