El informe que dio a conocer el pasado jueves día 13 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, desde Nairobi, es demoledor; también la tierra sufre por causa de la locura consumista y depredadora que invade al mundo desde que se impuso el maquinismo en el siglo XIX: hizo a los ricos multimillonarios y a los pobres les procuró un jornal.

Algunas de sus conclusiones semejan sentencias de un mal dios. Anotadas una tras otra, y solo las más relevantes, amilanan al hombre más optimista del mundo. Lean este párrafo recogido en el diario El País y comprueben las amenazas: «...el cambio climático, la dramática pérdida de biodiversidad, la reducción drástica de agua dulce disponible, la mortífera contaminación del aire, los mares y océanos inundados de plástico y la sobrepesca...».

No remiten las proclamas apocalípticas de los últimos tiempos. Desde que Bin Laden consiguió hacer estallar dos aviones contra las Torres Gemelas, derrumbándolas, el mundo entra en un estrés de miedo y consumo que no para de crecer. Lo nuevo, tras la irrupción de Trump, es que cada día parece más difícil (casi imposible) que la erupción de nuestro mundo en un volcán de inquietudes pueda remitir, sino todo lo contrario.

Porque, ¿quién puede entender ese manicomio en que se ha transformado la Cámara de los Comunes británica con el brexit? La institución democrática modelo del mundo multiplicando votaciones que no hacen más que aproximar cada día unos metros más a su país y a sus ciudadanos al abismo, al tiempo que abofetean a Europa.

Quienes apenas tienen en consideración los intereses que representan y las necesidades de sus ciudadanos, ¿cómo van a preocuparse de la calidad del aire y el agua, la salud de los océanos, la desaparición fulminante de especies animales y vegetales, el crecimiento del desierto, etcétera. etcétera?

En España, esa misma cortina que todo lo cubre se llama Cataluña (o sea, el hastío infinito) y la tiritona de la derecha partida en tres pedazos que solo habla de ella y los «males de España». Hasta arremeten contra los llamados decretos sociales cuando saben que beneficiarán a quienes más lo necesitan.

¿Se detendrá alguna vez esta hora que parece eterna? Todo dependerá de la velocidad que vaya tomando en los próximos meses ese huracán de codicia y nihilismo que quiere quedarse con la tierra. Porque aún es posible, aunque nada se aprecia en las palabras y maneras de nuestros líderes mundiales y locales.

En España ya estamos en campaña electoral, pero poco se oye hablar de las necesidades concretas del ciudadano, o sí: la oposición a Pedro Sánchez se desgañita exigiendo que no gobierne porque ahora gobernar es solo hacer electoralismo, o llevar el país a la catástrofe.

* Periodista