La democracia tiene eso de grandeza y también de miseria subsidiada: están los que la instrumentalizan o subvierten para intentar imponer sus quimeras ideológicas y los que la usan como expresión del ingenio, el talento, la inteligencia y la pedagogía; y hasta de la reivindicación necesaria. Ahí están los creadores y padres de Tabarnia. La noticia de este lugar de Cataluña cuyo nombre, sin querer acordarnos, saltó a los medios de comunicación como una especie de argucia ingeniosa y humorística que nos sirvió a muchos de los que estamos hasta salva sea la parte de los secesionistas, para aplicarnos un PNL que nos ayude a no traumatizarnos más de lo debido en el plano patriótico. Pero al tirar del hilo y encontrarse con el promotor del proyecto, esto es, Jaume Vives, uno descubre con delectación que no solo es una ocurrencia, sino una estrategia que viene a reivindicar y contrarrestar la lacra secesionista. Vives lo expresa sin rebozo: «Promovemos una Barcelona fuera de Cataluña por pura supervivencia». Los secesionistas y la Ley D’Hondt, esta última para ponderar a la Cataluña rural y subvencionada por encima de las áreas metropolitanas de las provincias de Barcelona y Tarragona, están poniendo en un serio aprieto económico y social a una comunidad autónoma que si por algo se ha caracterizado en estas últimas décadas es por un concepto: el progreso. Así de simple y a la vez complejo. ¿Y qué es el progreso para que podamos entender el daño secesionista hacia este? Pues desarrollo continuo, gradual y generalizado de una sociedad en los aspectos económico, social, moral, científico, cultural, etc. Esto es lo que se quieren cargar los secesionistas y lo que los taberneses con sorna o sin ella quieren salvaguardar. Hasta la Real Academia Española (RAE) se ha mojado y ha propuesto utilizar el gentilicio «tabernés». Todo sea por, con esta especie de sagaz locura geopolítica, poner un poco de cordura.

* Mediador y coach