Donde el cielo es tan azul como el de un planeta aún desconocido, y las ferias de pueblo rebosan de minifaldas, monos ajustados y tacones de vértigo, allí pasaremos el rato bebiendo entre palabras intrascendentes, vulgares como nosotros, gente anónima y feliz. Ya pueden arder torres y explotar bombas caseras y rodar cuerpos bajo camiones y crecer y menguar lunas, que nadie nos robará el ímpetu de saber acerca del último chisme del barrio o la empresa o la familia. Ah, la bulla nos requiere. Otras caras y bikinis transcurren a nuestra vera y las comparaciones nos hacen pensar. El mundo es una chiringuito y el espacio exterior nos resbala. Mr. Trump, la otra, aquel, marionetillas y muñequetes suben el precio de la bombona, el agua, añaden más Glifosato a los macarrones. Tchss, toootal. Tumbados bajo un pino, con el horizonte del Mediterráneo a la vista y el levante húmedo de los espetos perfumándonos la piel, seguiremos viviendo un poco hasta el lunes (si es que tenemos algo serio que hacer ese día). Dejando pasar oportunidades, gastaremos otro euro en la Primitiva y echaremos la siesta.

Hay luna creciente. El aire es cálido y limpio aquí en la costa. Se puede dormir en cualquier parte. No hay bombas. ¿Quizás lo encuentras aburrido y piensas en viajar a Inglaterra, Alemania, Países Bajos para “buscarte la vida”? Yo te digo que volverás a tu dulce casita Andalucía una y otra vez con lo mismo que te llevaste: nada. Oh, entonces te preguntarás por qué no te hundiste en el colchón abrazado a unos pechos, atento el rabillo del ojo al cuadradito de la ventana donde se dibuja ese cielo tan azul como el de un planeta aún desconocido. Deja que estallen las bombas, hijo. Haz el amor y no rajes del vecino. Ve a lo tuyo. Bendice a Rajoy, a Trump, a la otra y a su padre, y pon esa canción una vez más, zo capullo.

* Escritor