El 8 de octubre de 1987, el BOE publicaba una de las leyes más cortas de nuestra democracia con solo un artículo, que dice: “Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre”. La Ley 18/1987 justificaba en su Exposición de Motivos esa fecha porque “simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. Día para reivindicar, sin complejos ni sectarismos, los símbolos que a todos nos representan como el himno, el escudo o la bandera aprobados por leyes democráticas y con larga tradición histórica, como ocurre en multitud de países de todas las latitudes. Celebración que oficialmente se ha venido conmemorando desde 1892, vinculada a nuestro particular descubrimiento de América. Hecho por el que también hasta 1987 era conocida oficialmente como Fiesta Nacional de España y de la Hispanidad.

Al margen de otras consideraciones, la antesala de la Fiesta Nacional nos sirve para reflexionar sobre lo que implica hoy una celebración de esta naturaleza, desapercibida para la mayoría de la población que la vive entre las tensiones globalizadoras en las que se desdibuja la identidad, las fronteras, la economía o la cultura; las tensiones centrífugas de autonomías exacerbadas e independentistas que tratan de cuestionar y liquidar la integridad de uno de los Estados más antiguos de Europa; y las tensiones centrípetas que apelan a una España uniforme y centralizada, con una identidad unívoca. Ya conocen la frase del estadista alemán Otto von Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido".

Identidades

El tema de las identidades es complejo, porque cada uno de nosotros resulta de la suma de muchas circunstancias diversas que, a la vez, vamos cambiando con el tiempo. Cuanto más, un país heterogéneo que se ha ido forjando con siglos de historia. Yo creo que sí tenemos una identidad colectiva. No esa que está llena de tópicos y prejuicios, sino una que nos diferencia de otros pueblos, que se articula no solo por un clima, una lengua, una cultura, una dimensión religiosa y un pasado común sobre un territorio, con el que muchos se pueden sentir más o menos identificados. Sino también por una forma de ser y relacionarnos distinta y compartida. En España se vive mucho mejor que en la mayoría de lugares del mundo, y tenemos un alto nivel de desarrollo construido entre todos del que podemos sentirnos orgullosos. Pero sobre todo, dado que somos cortos de memoria, no deberíamos conformarnos con ser un contenedor compartido del pasado, lo que más nos puede unir es tener un proyecto de futuro, saber a dónde vamos como sociedad. Ya decía Miguel de Unamuno que deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado.

Apuesto por una fiesta nacional que sea una fiesta cultural por nuestra historia colectiva con sus luces y sombras, con su dolor y sus esperanzas, con sus conquistas y miserias; una fiesta emocional por un sentimiento compartido y una fiesta intelectual por un proyecto común desde nuestras capacidades y potencialidades, desde el discurso de la razón y la vocación que nos ilusiona e identifica como pueblo. Desde luego, abierto al mundo, en una Hispanidad que sigue luchando por su dignidad y progreso. España no está aquí, está en América, escribía Ramón María del Valle- Inclán al hilo del pensamiento de García Lorca: el español que no ha estado en América, no sabe lo que es España.

* Abogado y mediador