Hoy no vamos a escribir propiamente un artículo. Ni tan siquiera una columna. Lo nuestro va a ser un suspiro. Suspiro de España porque no hay palabras que puedan expresar el conglomerado de ignorancia, electoralismo, hipocresía y altivez que ha venido manifestándose con motivo de la programada exhumación de Franco en el valle de Cuelgamuros.

Lugar reconvertido en monumento faraónico para honrar a los muertos del bando victorioso --«caídos por Dios y por la Patria»-- en la tremebunda contienda del 36. Desde hace bastante tiempo, hemos querido que en este país se trate al «Caudillo de España por la gracia de Dios» --leyenda que figuraba en las monedas que acuñó-- de igual manera que en la Unión Europea a sus pretéritos dictadores. ¿Sería comprensible, amén de sensato, que Hitler, Mussolini, Petain u Oliveira Salazar tuvieran en sus países monumentos enaltecedores?

La respuesta ha de ser un NO con mayúsculas, rotundo, tajante y tan solemne como un antiguo tedeum. Aquí, se impone comportarse de igual forma que en Alemania, Italia, Francia y Portugal, pues las democracias no pueden prostituirse consintiendo la exaltación de las dictaduras. En este momento, debemos orillar las controversias que solo quieren volver la realidad del revés, como si fuera un calcetín, y ceñirnos a decir, con cristalina brevedad, lo que pueden entender hasta las piedras y las criaturas más primarias.

Deseamos que, por un mínimo de justicia distributiva --la que adjudica premios y castigos--, nuestro último dictador no tenga mejor trato del que reciben en Europa los dictadores afines y coetáneos. Ese es nuestro suspiro de España y por España. Menos no se puede pedir en un sistema abierto de pluralismo y libertades.

* Escritor