De mi lejana niñez recuerdo las enormes expectativas que despertaba un viaje, ya fuera al pueblo vecino, a la capital para ir al médico y si había tiempo entrar en la Mezquita, la visita a Sierra Nevada, el primer viaje a Madrid o Barcelona, garantizando el alojamiento en la casa de familiares, y el viaje fin de estudios con la ilustración del profesor de historia. Recuerdo a mi madre preparando la bolsa de aseo y disponiendo la mejor ropita que tuviera. Viajar era una experiencia cognitiva, enriquecedora y estimulante porque, como escribió Mark Twain después recorrer todo el Mediterráneo, salir al mundo era muy beneficioso para curar los prejuicios, la intolerancia y la estrechez mental. Eso lo dijo Twain hace 150 años, en cambio hoy, si tuviera que repetir aquel viaje que le pagó un periódico de EEUU para contar la experiencia, me temo que escribiría algo distinto. Al menos, por mi experiencia, cada vez que tengo que viajar, tomar un avión, coger un AVE o recorrer un aeropuerto me pongo de un humor de todos los demonios. No me extenderé en explicar lo que vds. han vivido en el ceremonial laberíntico y degradante del control de pasajeros, especialmente para las personas mayores a las que vemos descalzándose o con los calzones caídos. A esto se añaden las revisiones aleatorias, los retrasos, los malos olores y humores de viajeros rebajados a individuos sospechosos. Después vendrán los recorridos sin sentido por todo el aeropuerto, con pocos asientos, a 3 pavos la botellita de agua más barata, el apelotonamiento del embarque, el imposible encaje de tanto equipaje. Viajar ya no es distinguido, ni educativo ni glamuroso. Viajar hoy es jugar a la ruleta para que no te pierdan la maleta, que no te toque una despedida de solteros o solteras, con sus ganas de llamar la atención, su predisposición al ridículo y su estúpida indumentaria. Cómo es posible que haya tanto control en líquidos y adminículos y permitan acceder a la nave a una troupe de energúmenos con pelucas de cotillón fin de año sin que se les pueda ver la cara? ¿No pudiera estar camuflado entre ellos un binladen descerebrado? Todo es bastante ridículo, poco operativo y contradictorio, y lo que es peor, muy difícil que tenga enmienda. Ahí están esos hoteles, la cosa ha empezado en las islas Canarias, donde hacen rebajas por entregar la habitación sin limpiar ¿Puede haber algo más contrario al sentido del viaje como experiencia enriquecedora? Coco Chanel, que creció en un orfanato, definió el lujo como una necesidad que empieza cuando acaba la necesidad. La necesidad del viaje demuestra que hoy el lujo es quedarse uno en su casa.

* Periodista