La megafonía de la Fuerzas y Cuerpos irrumpe en la siesta: «¡Hora del abrazo!» Dejo el mando a distancia y estrecho, bostezando, al ser querido. Lo dejo correr mecánicamente, como un simulacro. «No más de diez segundos por achuchón», me recuerda, parafraseando el decreto, el ser querido. Así pues, dentro siempre de la legalidad, tal y como viene expresándose en el flier adjunto al BOE, me retiro cinco segundos y vuelvo a la carga. Un tercer ser querido graba la escena con su dispositivo móvil, publicándola, dignificante, en la correspondiente red social. Para entonces, y coincidiendo con un estruendoso «¡ahora comienza sálvame naranja!», la hora de abrazarse toca a su fin, volviendo cada cual a su posición de partida. No hay mucho que hacer ni proponerse, aparte de visionar TV, criticar y exagerar vía whatsapp y matarse a flexiones, hasta la hora del beso. «¡Hora del beso!». Ay, uf, me levanto pesadamente del sillón y doy uno, dos picos a la persona querida. Consulto en el Google, por precaución. «No más de diez, distribuidos en la media hora destinada al efecto». Llevo cuatro y guardo los seis restantes para los veinte últimos minutos. Así lo hemos consensuado yo, el ser amado y el ser querido, que ya va publicando el video y cosechando likes con elevado entusiasmo.

De nuevo frente a la pantalla, el jefe del Estado vierte importantes novedades, que todos acogemos con madurez y responsabilidad. «En esta fase de la crisis debemos reducir, inflexiblemente, el número de picos a cinco, repito, a cinco». Ya en rueda de prensa, el tomanotas de Diario Guay profundiza: «¿Considera viable, a corto plazo, la paulatina introducción de caricias y susurros?». Hartos ya de lo mismo, cambiamos de canal para encontrar lo mismo: recorrido por las imágenes, con banda sonora Yupi, de los besos y abrazos de la semana. «Hora del coito». Aquí despierto. Para mi sorpresa, sin ganas de más.

* Escritor