A lo largo de mi vida docente, conocí (y sufrí) varios cambios en la legislación educativa. Al principio leía desde los primeros borradores y propuestas de los grupos políticos, hasta el anteproyecto, el proyecto, los debates parlamentarios y la ley final, a veces en todo este proceso se nos consultaba a los profesores, y respondíamos, pero no estoy seguro de haber encontrado acogida. Llegó un momento en que dejé de interesarme por ese proceso, y me limité a leer el resultado final una vez aprobada la ley. Por eso, ante este nuevo cambio que se gesta, esperaré también a que culmine para dar una opinión, ahora ya desde fuera del escenario educativo, con la duda de si se verán mejor o peor los toros desde la barrera. Mientras tanto, nunca está de más refugiarse en el fútbol, y mucho mejor si se hace de la mano de un libro.

Hace unos días soñé que estaba jugando un partido de fútbol. Mi equipo, como no podía ser menos, iba vestido de blanco. Lo que más me llamaba la atención era que no conocía a ninguno de los jugadores, ni de los míos ni de los del contrario. Sí identifiqué el campo, era el del Instituto de mi pueblo, un lugar por el que suelo pasar y al que miro con tristeza porque hoy está dedicado a aparcamiento de coches, cuando durante años ha sido un espacio para el juego y el recreo. En Cabra lo llamábamos el «campo chico», en oposición al llamado «campo grande», el de Villa Lourdes, que en mi juventud ya estaba en estado de abandono, y que hoy es la Ciudad Deportiva. Tengo una fotografía en el mismo, debía tener unos tres años, en las gradas, junto a mi padre y algunos de sus amigos. Llevo tanto tiempo viéndola que siempre he tenido la sensación de que recordaba ese día, aunque es poco probable. Estoy seguro de que mi sueño tenía relación con el libro que terminé de leer aquella noche: Una historia popular del fútbol, del periodista francés Mickaël Correia. Lo compré después de leer una entrevista con su autor, no se trata del típico libro futbolero dedicado a contar trofeos, datos estadísticos o alineaciones más o menos gloriosas, al contrario huye de todo ello, en realidad me ha parecido lo más aproximado que he visto nunca a una historia social del fútbol, no en vano se citan historiadores del relieve e importancia de Hobsbawm, Thompson o Huizinga.

Muy interesante es la primera parte en la que se explican los orígenes del fútbol, en lo que guarda una cierta similitud con los toros, pues así como el toreo a pie nace en los sectores populares que no poseen caballo, que no pertenecen a la aristocracia, también en el fútbol la manera de jugarlo nace a partir de la participación popular, y obrera, que sin embargo en un principio es menospreciada por los grupos privilegiados de la sociedad. Por supuesto, resulta inevitable que le dedique espacio a algunos grandes jugadores, como Pelé o Maradona. Comentaré alguna anécdota de este último, dado que está de actualidad por su enfermedad. Así, tras explicar su famosa «mano de Dios» ante Inglaterra, narra la pasión que el jugador desató en Nápoles, donde fue elevado a una categoría equivalente a la de san Jenaro, y como los napolitanos tienen la costumbre de comunicarse con sus difuntos, cuando en 1987 el equipo ganó la Liga italiana, en las paredes del cementerio apareció una pintada que decía: «¡No sabéis lo que os habéis perdido!», pero al día siguiente, debajo, apareció otra: «¿Estáis seguros de que nos lo hemos perdido?». El último capítulo está dedicado al fútbol callejero, a ese que ya se ha perdido, al que practicábamos de pequeños en cualquier lugar, con cualquier tipo de pelota, no hacía falta balón, y sin límite de tiempo. Por eso tiene lógica que al dormirme llegara el sueño en ese lugar donde tantas voces corrí, junto a amigos y los que no lo eran, detrás de un balón.

* Historiador