A las cinco de la mañana me despertó un sueño peculiar que me apresuré a dejar escrito. Y lo hice tan temprano porque por otras veces sabía que si te vuelves a dormir pensando que ya lo escribirás cuando te despiertes de nuevo, en el segundo abrir de ojos no recuerdas nada. Hay sueños que si no los emprendes rápido se pierden para siempre. Ahora son las siete de la mañana y lo he recordado todo porque dejé lo esencial escrito. Antes de contarlo he tomado café porque una antiquísima costumbre gitana advierte que no contemos un sueño en ayunas porque trae mala suerte. Miren, he soñado que defendía en un juicio de violencia de género al hombre y que la mujer, la denunciante, durante la vista oral era muy chabacana, tanto, que en un momento dado me corta y me dice: «¡Oiga, que sepa que he mirado en internet su nombre y lo he descubierto todo de usted!» La jueza de Violencia, que era todo lo contrario a esta señora, es decir un verdadero encanto de objetividad y sensibilidad, me dijo que no entrara al trapo y llamó al orden a la mujer. Pero yo le dije a su Señoría que por favor me dejara indagar en acusación tan hiriente a mi persona, por lo que le pregunte a qué se refería. Entonces la señora va y suelta con esos tonos de voz de barrios populares de toda la vida: «¡Usted, que ahora tanto se lo cree, antes de ser abogado vendía en el mercadillo!». La sala entera comienza a reír, pero yo le contesto con total seguridad: «Mire, señora, con esa actitud que tiene nunca va a tener credibilidad de víctima, y otra cosa le digo: que uno nunca debe avergonzarse de su pasado ni siquiera cuando sea malo si ha conseguido superarlo; pero es que, en mi caso, mi pasado gracias a Dios no ha pasado porque no es malo sino muy bueno. Tan bueno que cuando termine esta vista, que creo voy a ganar no por mi esfuerzo sino gracias a esa soberbia que usted derrama que no casa con una mujer humillada, me voy a ir para el mercadillo, que está mi gente». Toda la Sala aplaude y terminado el juicio cuelgo la toga y me dirijo ilusionado al mercadillo del viernes, que está mi madre, a la que saludo con mucha alegría, e inmediatamente le ayudo a pregonar en un lugar donde pegar voces no resulta chabacano: «¡Venga niñaaaa, las mejores prendas del mundooo, a tres eurosss!». Los auténticos ambulantes nunca dejamos de serlo, y por eso este sueño lo voy revivir este viernes, no solo porque pocas cosas agradan tanto al alma como conseguir hacer un sueño realidad ,sino porque soy y seré vendedor ambulante hasta que me muera.

* Abogado