En su libro De senectute (1997), Norberto Bobbio terminó con unas palabras ya utilizadas al final del prólogo de otra obra, una conclusión acerca de lo que consideraba como la mejor lección de su vida: «Aprendí a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de las conciencias, a entender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en vena de confesiones, hago una más, quizás superflua: detesto con toda mi alma a los fanáticos». A la vista de cómo se han desarrollado las últimas sesiones de control en el Congreso de los Diputados, tengo la seguridad de que muchos de los intervinientes no han leído al autor italiano, o quizás sea que no están de acuerdo con él, entre los cuales sin duda alguna se encontrarán quienes solo hacen gala de su fanatismo, pero no olvidemos que si eso es posible en sede parlamentaria es porque los han elegido conciudadanos nuestros, los cuales con toda seguridad se caracterizarán por idéntico grado de intransigencia que el grupo de diputados que solo hablan para insultar y exaltar un falso patriotismo, pero que, es probable que muy a su pesar, también son representantes de quienes no los hemos votado, y que además detestamos lo mismo que Bobbio.

Esa falta de empatía en los niveles más altos de la política española, traducida en una crítica permanente a la actuación del Ejecutivo, sin ofrecer nunca el menor reconocimiento a la labor del mismo, no se corresponde con la colaboración que observamos en otros ámbitos. Así, por ejemplo, en los ayuntamientos, con independencia de qué partido posea la mayoría, los grupos municipales se han ofrecido para colaborar, es cierto que con algunas excepciones, pero en general pienso que hay un amplio grado de consenso entre las fuerzas políticas. Algo parecido ocurre en buena parte las comunidades autónomas, aunque en este caso se den ejemplos tan sangrantes como el de Madrid, donde la presidenta se niega a aceptar las propuestas de la oposición, lo cual no es de extrañar a la vista de su trayectoria, con algunas actuaciones que provocan la vergüenza de todo ciudadano consciente de la responsabilidad que le cabe a un cargo como el que ella ocupa. Y por supuesto está la situación particular de Cataluña, donde las salidas de tono van más allá de su presidente, sin embargo debemos reconocer que Torra ha experimentado un avance muy importante, pues hasta ahora se había quedado estancado en 1714, y cuando ha visto la propuesta de usar la provincia como ámbito territorial para iniciar la denominada desescalada, ha manifestado que ese criterio nos conducía a 1833, es decir, ha sido capaz de dar un salto de más de un siglo, desde Felipe V a la regencia de Isabel II, ahora solo le falta llegar a 1978 y darse cuenta de cuál es la realidad político-jurídica de España.

Ciudadanos parece encaminarse hacia una nueva etapa, mantiene su posición crítica pero sin los excesos de Rivera. Y Pablo Casado, en su carrera hacia no se sabe dónde (antes el PP iba hacia el centro), ha dicho que el plan en fases presentado por el gobierno es un sudoku, el juego de inspiración matemática que solo necesita de reflexión y paciencia; por tanto, traducido al escenario político sería cuestión de seguir los consejos marcados por Bobbio. Pero el líder del PP está centrado en la descalificación y en la propaganda, y quizás cuando decida enfrentarse al sudoku lo haga con trampa. En este sentido recuerdo a un compañero al que vimos resolver uno con suma rapidez, nos quedamos admirados, pero nos confesó su secreto: los resolvía a ojo, convencido de que luego nadie se ocupaba de comprobar si su resultado era o no correcto. Pero eso no le servirá al líder popular, porque los ciudadanos, cuando todo haya pasado, le pediremos cuentas al Gobierno, pero también a la desleal oposición.

* Historiador