Lo que te hace raro te libera; lo que te «normaliza », te somete. El mundo está tonto, admitámoslo. No hay más que ver cómo acepta y comparte y ensalza, disciplinado, los productos que la tele, Internet o el súper inyectan en su pequeño, colectivo cerebro. Adquiere lo «normal»: PlayStation, gran tele, artilugios tecnoidiotas, y sonríe, pero solo un rato, hasta que se aburre y galopa buscando más. Corea las máximas del partido, aquello que «nos une», como suele decirse, acompañado de gritos y gilipolleces, indocumentado. Abriga ilusiones de artista, cuerpo diez, Presidente de Gobierno de España, justificándose a cada rato, identificándose. Cuando un individuo, muy «seguro de lo que hace», lucha contra aquello que lo define y que va en contra de lo «normal», se convierte en un verdadero miembro de la manada humana, protegido, calentito en la bulla, colaborador. Le da miedo el frío, la sana soledad; volver al origen y practicar y dejarse ir con aquello (tú también y lo sabes) que realmente va con él.

Lo feo, oculto, oscuro, «vergonzoso » de nuestra naturaleza nos corroe. Es como una ola reprimida por la tiranía de lo normal. Se nos llena la boca de justicia, ética, empatía, lealtad, pero estamos deseando que nos dejen tranquilos para cerrar el pestillo de nuestro yo por un rato y hacer lo que nos dé la gana. El cotilla compulsivo usa la y abusa de la tecnotontería: es un privilegiado: su perversión ha sido aceptada como algo muy normal y hasta positivo. La mierda o el mierdo escalan dentro del Partido con la esperanza de controlar y meterse en la vida de hombres y mujeres, respectivamente, disfrazándose de feminista o antiabortista porque su vida, sustancialmente, es una mierda. No pasa nada: son normales; luchan por «causas». Cuanto más postureo y falsedad justifiquen tu locura, más posibilidades tendrás de pasar desapercibido. Ah, pero tú y yo y todas sabemos que...