Solo plácemes merece la actual moda bibliográfica española de la novela histórica. Semanal y avasalladoramente los kioskos callejeros y las estanterías de las grandes superficies comerciales se llenan de títulos novelísticos relativos a los más variados capítulos y episodios del pasado nacional y extranjero. Su autoría es, de ordinario, hispana, lo que acrecienta el vigor del aplauso. En tiempos de acerada crítica a la «elitización» de la cultura (las mareas populistas no devastan únicamente el solar de la política...), el cultivo de cualquier arte o actividad intelectual por parte de extensos sectores de la ciudadanía no han de provocar más que alegría en la conciencia ciudadana. Nunca sobrarán voces y siempre faltarán plumas para el verdadero desarrollo de un país, cuyo vector fundamental radicara indeficientemente en la pujanza de su espíritu creador, de manera muy singular en la vertiente aludida.

Pero, todo ello contemplado, ha de recordarse que la cultura es ante todo jerarquía. De ahí que la confusión y la indiscriminación comparezcan como sus enemigos mortales. Sin canon ni un mínimo código axiológico no puede existir ni menos prosperar ninguna empresa en el mundo del espíritu. Incluso ni en el fastigio del romanticismo se olvidaron estas reglas elementales del trabajo intelectual y la creación artística. Los griegos están aquí de permanente actualidad y sus normas gozan de una vigencia perenne.

Lejos de invalidar, se insistirá, el estatuto cultural de esta literatura divulgativa cosechada en el terreno de Clío, se tendrá, empero, muy presente que, en el mejor de los supuestos, nunca sobrepasará el marco de la alta divulgación. Claro es que los fines y objetivos de la publicística historiográfica de las esferas académicas y los de dicha narrativa popular son muy distintos en naturaleza y metas. Pero aun con tal distingo, nunca ha de bajarse la guardia en las aduanas de la crítica científica garante de la calidad y rigor de los productos puestos en circulación por una industria editorial tan pujante, por ventura, en España como, por desgracia, descuidada en la cualificación y aseo de sus productos: lenguaje, tipografía, referencias bibliográficas, índices... La novela histórica, de lejos, el género más pujante en la España hodierna --volveremos a repetir-- de la cultura libresca popular, solo se atendrá a su auténtica realidad si persigue la difusión de los acontecimientos y estadios más sobresalientes de nuestro muy rico pasado, sin pretender, en ningún caso, convertirse siquiera en un sucedáneo de su auténtica identidad. Como estímulo, acicate, espuela o aguijón para ahondar, con guías académicamente acreditados, en el campo, sugestivo e imantador como pocos, del ayer hispano --desde Tartessos a la Transición--, la novela «histórica» se ofrece a la luz del presente como elemento quizás insustituible. Con todo respeto y, muy especialmente, gratitud a sus, por lo común, destacados autores --con abundancia, por fortuna, de nombres femeninos--, es la hora inexcusable de reivindicar la legitimidad de la primacía estatutaria de la producción horneada en el dominio y jurisdicción más estrictos de la severa Clío. Nadie ni nada perderá con ello.

* Catedrático