No tengo memoria desde el 31 de julio al filo de la media noche, cuando mi móvil, ese que recogía mis pensamientos y reflexiones, las fotos de momentos irrepetibles, algún capítulo de mi vida novelado y hasta mis claves secretas, se apagó y no volvió a reiniciarse. Pasé primero la fase de rabia en el km. 0 de mis vacaciones; luego, la fase de incredulidad, repitiéndome «¿cómo es posible que algo así me ocurra el 31 de julio?»; enseguida llegó la fase de reacción -muy importante en la vida si ante un contratiempo no quieres quedarte colgado en un bucle que te arrastre sin retorno-; para alcanzar finalmente la fase de aceptación: el móvil ha muerto, no voy a recuperar «mi» memoria y como hay cosas que no ocurren por casualidad -¿o si?- voy a empezar a recuperar lo que pueda y olvidar el resto... ¿Una señal del destino sobre un año particular?

Sin móvil, abro uno de los libros que traigo, El subsuelo, de David W. Wolfe, un viaje iluminador sobre lo que no vemos, para quienes estén interesados en los retos medioambientales y en descubrir qué hay debajo de nuestros pies. Las primeras citas me recuerdan que Leonardo Da Vinci, hace 500 años, ya dijo «sabemos más del movimiento de los cuerpos celestes que del suelo que pisamos», y me voy adentrando en un mundo desconocido y en los graves errores que cometemos al basarnos excesivamente en la experiencia visual para definir una realidad que no es tal. El libro está plagado de datos sorprendentes y me lleva a descubrir que solo conozco una fracción ínfima de la vida. Como ejemplifica Wolfe, pensemos en una manzana. La vida, esa que es visible cuando miramos hasta el cielo, es como la piel fina de la manzana: debajo es donde está la carne dulce y las semillas, en el centro del corazón. Siempre es más lo que hay debajo que lo que vemos. Y ahí estaba cuando llegó el jueves y descubrí que el artículo que tenía escrito para hoy también se esfumó con mi móvil. Segundas partes nunca fueron buenas, así que reescribirlo no era una opción... ¿Escribir del Rey emérito y sus razones para irse del país? ¿Reflexionar sobre el gran maestro, el profesional del pundonor en la plaza y sus repentinos ojos de corderito degollado? ¿Opinar sobre el culebrón del fútbol en esta ciudad?... No, Wolfe me ha descubierto que no soy nadie para hablar de las razones de un rey, de las de un hombre enamorado, o de las de quienes hablan poseídos por sentimientos irracionales ¿y saben porqué? Porque lo que se oculta en el «subsuelo» de todo ello es mucho más de lo que vemos, así que ¿quiénes somos para juzgar sin excavar ese subsuelo?