La percepción general tenida cuando hablan de subir impuestos, siempre nos trae raros recuerdos en la bonanza o maldad de ese acto. Pongamos ejemplos planteados recientemente, veamos su repercusión en la sociedad y saquemos conclusiones:

Se propone subir el IRPF a las rentas superiores a 130.000 euros. Es un incremento que pretende que paguen más las rentas importantes que aquellos a los cuales sus ingresos no le dan ni para malvivir.

Reformar el impuesto de sociedades para que las grandes empresas no tributen por menos del 15%, así como gravar los dividendos y plusvalías de las empresas o poner un impuesto a las transacciones financieras, es subir impuestos. ¿Pero es de justicia que aporten proporcionalmente aquellas personas o entidades que más ganan? Y no como ahora, que la mayoría tributan en paraísos fiscales. Elevar el impuesto del patrimonio el 1% a las fortunas de más de 10 millones de euros es hacer que los poseedores de un gran capital, en comparación con tantas personas que solo tienen lo puesto, paguen más.

Aumentar la tributación de los que más ganan aunque les pese, (a los pobres no les afecta porque no tienen de donde pagar más), ayuda al equilibrio del sistema redistribuyendo la riqueza. No aplicar los impuestos proporcionales al capital de algunos colectivos es engañar a los desfavorecidos y por ende dejar de obtener el dinero necesario para paliar las carencias en los servicios básicos como sanidad, educación o pensiones... Logrando una supervivencia digna. Con la aportación de parte de sus bienes, que por suerte les ha tocado u obtienen dignamente, contribuyen a una equidad que es muy necesaria y debe ser prioridad de un gobierno conseguirla.