Se ha convertido el debate sobre la peatonalización o no en controversia manida en el que cada uno habla según sus propios intereses personales o de colectivo y sin tener en cuenta el global bien común del conjunto de personas que habitamos el espacio concreto. Como cualquier política de conjunto de ciudad y, en este caso, afecto al centro y casco histórico de Córdoba, requiere de una concienzuda política de planificación, así como de una cuidada política de ejecución. No se pueden realizar actuaciones aisladas e inconexas pensando que se avanza en un plan para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y las posibilidades para el turismo, cuando el parque de aparcamientos para los residentes de la zona es inexistente: primero porque las viviendas, en su gran mayoría, no incluyen cocheras particulares en su haber, y segundo, porque realizar una reforma en una vivienda del casco supone una letanía de obstáculos legales y funcionales en Urbanismo que gravan aún más la costosa obra a realizar para que ello sea posible, que no siempre lo es por la especial morfología del entorno y el caserío.

Una de las grandezas del casco histórico de Córdoba es que aún está vivo; es un barrio de Córdoba que, si juntamos sus antiguas collaciones, es el más grande de todos los barrios, el más personal, pluripersonal, de todos por aunar riqueza patrimonial, diversidad comercial, diversidad de clases sociales que se interrelacionan entre sí sabedoras del privilegio y gravamen que les supone vivir aquí, pero todas ellas impregnadas de un carácter especial que el resto de la ciudad, si quiere encontrarlo, tiene que venir aquí.

Por tanto, sin una red de aparcamientos para residentes en todo el anillo del casco/centro e incluso dentro del mismo en zonas cercanas al núcleo, sin facilidades para la carga y descarga de los comerciantes, desconociendo que el residente de San Francisco no tiene porqué sólo restringir su movilidad rodada al entorno de la calle la Feria, que el de San Agustín pueda entrar a su casco por el ramal que quiera --salvedad hecha de los emblemas de la ciudad--. En definitiva, sin el conocimiento que no se puede enjaular al residente que hace que el casco histórico siga vivo --porque es el que sustenta el comercio de barrio cada día más azotado por el envejecimiento de la población de una zona que quiere avanzar hacia la contemporaneidad sin renunciar un ápice a los valores que le son intrínsecos y que son las propias administraciones protectoras las que los violan contantemente con su arquitectura y urbanismo irrespetuoso-- no se puede seguir peatonalizando y tampoco sobrecargando el viario angosto de estos barrios por mantener intactas las inadecuadas mono-pavimentadas plataformas de granito gris en que se han convertido las nuevas y anchas calles peatonalizadas para convertir las tortuosas calles de su entorno --que por diferencia son las verdaderamente residenciales e inapropiadas para el flujo de tráfico rodado-- en un laberinto carcelario y asfixiante que expulsa del núcleo de la ciudad al residente por hartazgo. Un buen ejemplo es el barrio de San Basilio, donde se han eliminado de sus calles los coches gracias a un aparcamiento cercano junto a la muralla de Puerta Sevilla (que se puede sujetar a debate de idoneidad o no de la ubicación del aparcamiento junto a ese bien BIC, pero no de su efectividad para el barrio). Entonces el debate ya no es de simple respuesta afirmativa o negativa, sino condicionado a que para llegar a un buen fin debe ejecutarse la planificación ordenadamente y conociendo que la casa nunca se empieza por el tejado.

Apliquemos de una vez el sentido común. Hagamos un alto en las peatonalizaciones y tomemos algún tiempo a digerir. Comprobemos si ha merecido la pena tanta peatonalización y qué sacrificio hemos pagado. Seguro que muchos estaremos disfrutando y otros maldiciendo. Es nuestra idiosincrasia.

* Presidente del Consejo de Distrito Centro