Primero fueron Jerry Siegel y Joe Shuster, pero después fue Stan Lee. O primero fue Superman y luego llegó el resto. El número 1 de Action Comics presentaba con éxito al último hijo de Krypton y los editores, siempre dispuestos a reproducir la gallina de los huevos de oro, encargaron a Bob Kane la creación de un héroe con capa similar. Iba a ser más de lo mismo, pero gracias a la definitiva -y hoy reconocida- aportación de Bill Finger, apareció Batman, reverso tenebroso del propio Superman, polos magnéticos del universo DC. Al llegar Stan Lee, pertrechado por Steve Ditko y John Romita, los superhéroes Marvel se quitaron la capa, aunque mantuvieron los antifaces y las mallas, sus poderes, las identidades secretas y los cuerpos atléticos. Stan Lee ha muerto a los 95 años cuando parecía tan inmortal como sus personajes. Se polemiza acerca de las autorías y del método Marvel, esa coordinación del argumento que delegaba en el dibujante la concatenación de escenas, espectaculares y briosas, que después eran rellenadas con unos diálogos llenos de pasión y un cierto barroquismo verbal: ahí entraba Stan Lee. De alguna manera, era el mismo método de Alejandro Dumas: os doy la idea y la desarrolláis, pero los argumentos y los diálogos son míos. Si Dumas fue el creador de una mitología --sobre todo con la trilogía de los mosqueteros-, Stan Lee ha creado una dimensión propia con su verdad y su épica. Hemos crecido con el asombroso Spiderman, con el increíble Hulk, con el mítico Thor, con Iron-Man, con el hombre sin miedo Daredevil, con la imposible Patrulla X, con Los 4 Fantásticos y con Los Vengadores. Ahora me resulta difícil explicar la emoción de mis doce años al doblar la esquina de la glorieta de Cisneros, en Ciudad Jardín, cada fin de semana, y encaminarme al quiosco. Aquello tenía algo de felicidad pura que luego solo he encontrado en algunos libros. Hoy resulta difícil volver al paraíso, que ahora tiene nuevos moradores. Los héroes volverán.

* Escritor