Cuando hoy nos reunamos para cenar en familia, o no, estaremos protagonizando la Nochebuena más atípica que han visto varias generaciones. Por más buena voluntad que se ponga en disimular que nada está como debiera -sobre todo por los niños, que ya bastantes cosas raras han vivido desde marzo-, lo mejor que podemos hacer con la Navidad 2020 es olvidarla cuanto antes, como el resto del año. Aunque quizá haya algunos gestos y pasajes que sí merezcan ser recordados. Como la corriente solidaria que la pandemia ha generado hacia los que menos tienen, generosidad pura que va más allá del acostumbrado ternurismo de unas fechas en que todo el mundo quiere ser bueno o parecerlo. Tal vez, así que pase el tiempo y esta pesadilla, también merezcan rescatarse algunas escenas del día de la lotería, cuando el gordo rozó levemente a Córdoba y devolvió la sonrisa a rostros que la habían perdido.

Y se salvarán los intentos de poner luz y espíritu navideño a estos días oscuros con el deseo, si no de normalizarlos -tarea imposible-, al menos de devolverles calidez o algo parecido. Ese ha sido el propósito de Pepe Campos, director de la Fundación Bodegas Campos y alma sensible donde las haya, al no permitir que decaiga la tradición en el establecimiento, alimentada durante décadas por su tío Paco, del que heredó el sentido estético y una pasión ilimitada por todo lo popular. Así, aparte de montar el belén y adornar las salas, ha querido dejar un bello recuerdo por escrito, como en vida de Pablo García Baena, íntimo de los de la casa, venía haciendo en estas fiestas al publicar en libritos textos del poeta de Cántico. Ahora es Juana Castro -desaparecido aquel, hoy máximo referente de la poesía cordobesa-, quien inaugura una nueva colección bajo el epígrafe de ‘Los amigos de Pablo’, con la que la Fundación rinde homenaje tanto a García Baena como a Francisco Campos, fallecido en septiembre. El cuadernillo, editado con primor por Antonio Cuesta, de Almuzara, es un capricho libresco ilustrado en la portada y el colofón con dibujos de aquellos que Pablo trazaba en su correspondencia; un regalo de lujo aunque de modestas pretensiones que, en edición no venal, recopila los villancicos que la poeta de Villanueva de Córdoba fue creando año tras año para felicitar a las amistades.

‘Sonajas y cascabeles’ es su título, que la autora toma prestado del estribillo popular del villancico que encabeza la obrita, ‘Niño Manolito’, de 2011, canturreado por Juana con emoción al presentarla. Lo que sigue después es un precioso compendio de poemas que no son villancicos «en sentido estrófico, pero sí en el temático», explica esta Juana de cabellos encendidos a la que cada vez se ve más feliz, como si en la madurez empezara a sacudirse el peso de la existencia que antes la aplastaba. Villancicos, o como quiera llamárseles, que recrean comidas, lugares, viejos usos y hasta el habla de Los Pedroches. Para retenerlos en la memoria personal y colectiva, para que no se pierdan, de ahí la función didáctica que destacó en el coloquio posterior Pedro Tébar, eterna media naranja de Juana. Los hay también familiares, como el que dedica a los dinosaurios con que fantasea su nieto holandés; y reivindicativos, que narran penurias de alacenas vacías antiguas y nuevas. Todo queda envuelto en el candor de las pequeñas cosas, las que van directas al corazón. Sí, no todo es sombrío en esta Navidad.