Lehman Brothers es sinónimo de excesos, de malas prácticas bancarias y de crisis. Sobre todo, crisis. Al cumplirse los 10 años de la quiebra del banco de inversión que hizo tambalear el sistema financiero mundial, el balance no arroja buenas conclusiones. Entonces se habló mucho de refundar el capitalismo, y en cierto modo así se hizo, aprobando cambios legislativos por una mayor transparencia y control e imponiendo multas récord, pero vistos los resultados, se ha mantenido un sistema en el que las élites financieras de EEUU han salido reforzadas. Al mismo tiempo, se han acentuado las desigualdades sociales, mientras los ricos acumulan más riquezas, el patrimonio de los hogares estadounidenses es más bajo que cuando estalló la crisis. Poco diferente puede decirse de Europa, donde la recuperación tampoco ha llegado a todos por igual. Los bancos de EEUU han devuelto con intereses el dinero del rescate de más de 600.000 millones de euros y han pagado cuantiosas sanciones (casi 130.000 millones), pero ninguno de sus máximos responsables ha sido procesado. Además, la llegada de Trump a la Casa Blanca ha desencadenado una política desreguladora que da alas a las prácticas que se intentaron acotar tras el estallido de la crisis. Hoy sabemos cuáles fueron las causas de aquel crash (venta de hipotecas dudosas, elevado endeudamiento...). Permitir que vuelvan a repetirse sería una gran irresponsabilidad.