En España, y sobre todo en España -con eso de que estamos en Europa felizmente, conviene compararnos con los demás-, históricamente la política viene creando sus propios problemas con sus propias soluciones. Ahí están, verbigracia, nuestras dos repúblicas. La primera con aquel cantonalismo exacerbado bajo la presidencia de Francisco Pi y Margal, hasta que el general Martínez Campos terminó con la situación haciendo un pronunciamiento militar en Sagunto, proclamando al príncipe Alfonso como rey de España. Después vino nuestra segunda, la cual nos pilla más cerca no solo temporalmente, sino en los sentimientos. Y vuelve a escribir, esta vez con sangre, cómo los extremos en política no sólo aniquilan la democracia, sino que catalizan las dictaduras. Y hasta que llegó la democracia que ahora disfrutamos. Aunque en esta también hemos experimentado y experimentamos al día de hoy problemas y soluciones en clave shakesperiana. Ahí está el 23F con su intento de golpe de Estado y restitución del orden constitucional, y ahora la puñalada antidemocrática y secesionista de Carles Puigdemont y la solución al problema, que en eso estamos todos; aunque más que nadie Rajoy y su gobierno, aunque codo con codo con los partidos constitucionalista y Felipe VI. La solución final a esta excrecencia política del independentismo parece ser que viene por el artículo 155 de nuestra Constitución. Pero mientras viene o no viene, como siempre ha pasado en España, la vida sigue, y parece, como por desgracia ha venido ocurriendo en nuestra historia en demasiadas ocasiones, sigue o va para peor. A saber: fuga de empresas de Cataluña, división ciudadana, menoscabo de las previsiones de crecimiento económico, adoctrinamiento infantil, ridículo europeo e internacional... y, quizás lo peor, ese oscuro malditismo que parece ser que tenemos los españoles cada vez que nos proponemos vivir en paz y democracia. Ojalá con esta última venga la solución final.

* Mediador y coach