Llevadera es la labor, cuando muchos comparten la fatiga, escribía Homero. Si hay un calificativo que identifique al mes de diciembre, sería el mes de la reivindicación y la solidaridad. En el mismo se concentran jornadas mundiales a favor de los derechos humanos, contra el sida, contra la esclavitud, a favor de las personas con capacidades diferentes, de reconocimiento del voluntariado, de las personas migrantes, de atención a diversas enfermedades, de todos los inocentes. En estos días se prodigan las galas y comidas humanitarias, los telemaratones solidarios y los sorteos benéficos. Es el mes para caer en la cuenta, para mirar y atender a quienes quedan en las cunetas de los fracasos y las frustraciones, a los excluidos del sistema, a los necesitados de recursos, también de abrazos y, sobre todo, de justicia. Por eso, no concibo la solidaridad sin reivindicación. No es un gesto puntual y sensiblero, sino una toma de conciencia sobre la naturaleza de los seres humanos «nacidos libres e iguales en dignidad y derechos» que compromete nuestras acciones todo el año.

La solidaridad, ese sentimiento de unidad que nos mueve a dar sin esperar recibir nada a cambio, debería ser el idioma universal. Es la evolución de la ética, sobre la base de muchos valores humanos que hemos adquirido desde la infancia y que conjugan aquello que somos: lealtad, compañerismo, empatía, amistad, amor, respeto. La solidaridad se aprende, y es una responsabilidad de todos educarnos en ella. No mirarnos el ombligo «caiga quien caiga» desde el egoísmo que caracteriza este poscapitalismo desbocado, sino salir al encuentro y al rescate de tantos otros. La globalización mal entendida consiste en «todo para mí», que nos lleva a concebir al hombre como lobo para el hombre, que dijo Plauto. La aldea global en la que podemos convivir, sin embargo, es aquélla en la que todos tienen sitio, porque todos tenemos la misma dignidad y los mismos derechos. El hombre como ser sagrado para el hombre, que diría nuestro paisano Séneca.

La reciente visita de la Reina Sofía al Banco de Alimentos Medina Azahara de Córdoba supone, además de un reconocimiento al trabajo continuado y desinteresado a favor de los más necesitados de esta Entidad que tanto bien está haciendo de la mano de su presidente, Carlos Eslava, y de cientos de voluntarios, una llamada de atención a la importancia de la solidaridad en nuestros días. Nos enseña que la misma no queda en una solidaridad a distancia, con las calamidades, guerras y siniestros que ocurren a cientos de kilómetros, al otro lado de la televisión o las noticias, sino que también nos conmueven las situaciones de quienes tenemos más cerca y pasan tantas veces desapercibidas para nosotros. Que no sea una solidaridad superficial y momentánea, cortoplacista y evanescente, sino que sea comprometida y encuentre su continuidad en la coherencia de nuestra vida y en nuestras obras. Que no sea una solidaridad supérflua y de sobras, sino un compartir verdadero orientado y presidido por la gratuidad. Solidaridad que escucha, más allá del sinsentido de nuestros ritmos y horizontes, para no confundir el grito de los más pobres y vulnerables, de quienes no tienen un trabajo digno ni apenas lo imprescindible para pasar el día. Apliquemos esa solidaridad horizontal que implica respeto mutuo. Como diría el uruguayo Eduardo Galeano «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo». No esperes. Es tu hora.

* Abogado y mediador