Para ser iguales entre iguales habría que pasar por las dificultades del otro». «La solidaridad, esa mágica palabra que todos nos disputamos para congraciarnos con nuestros amigos». Más de un millón de niños han muerto en los últimos diez años como resultado de guerras comenzadas por adultos, bien por ser objetivos civiles o muertos en combate como niños soldados. El número de niños heridos o discapacitados es tres veces mayor, habiendo incluso más niños sufriendo enfermedades, malnutrición, violencia sexual y sufriendo duras dificultades y penurias. Un incontable número de niños ha sido enfrentado a la angustia de la pérdida de sus hogares, sus pertenencias y personas cercanas. En tales condiciones, todas las constantes necesarias para el desarrollo de los niños son seriamente coartadas y los daños psicológicos de los conflictos armados son incalculables.

Estos datos por sí solos deberían despertar las conciencias de los individuos, de los gobiernos, de los organismos internacionales de la ONU, deberían hacer sonrojar la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que se rompiese en mil pedazos. Pero, no. Caminamos hacia un mundo global, un mundo global donde la injusticia y la desigualdad sea cada vez mayor y la miseria esté cada vez más más globalizada, los datos así lo reflejan. Cerramos demasiado los ojos, para no ver lo que ocurre, para no implicarnos, y en el fondo lo que estamos es siendo cómplices.

Por ello las organizaciones no gubernamentales, mejor dicho, los hombres y mujeres que a diario emplean su tiempo, su fuerza, su capacidad para ayudar a los países en conflictos, a las víctimas de esos conflictos para paliar el sufrimiento, llevándoles alimentos, ropa, agua, son imprescindibles y lo son por que los que tendrían que velar para eliminar los conflictos, para velar que no se dieran esos sufrimientos en la población, sencillamente no lo hacen.

Si las victimas de países en guerra como en Yemen, Siria, Sudan Libano, no se beneficiasen de la solidaridad de organizaciones no gubernamentales, que en muchos casos carecen de ayudas institucionales, el desastre sería sencillamente superior.

La sinrazón que conlleva la desigualdad, desigualdad que es alimentada por la codicia, por la avaricia de gobiernos, de testaferros del mundo que nos organizan, nos divierten, nos hacen reír y llorar, nos mezclan para confundirnos y sacar el máximo de rentabilidad económica.

Acabar con las guerras, con las hambrunas, con la miseria solamente puede ser solucionado con una justa distribución de la riqueza. Esa sería la auténtica solidaridad, si la toma de conciencia fuera esa y luchásemos para conseguirlo no habría fuerza en el mundo capaz de superarla.

* Federación de Pensionistas de CCOO Córdoba