La avasalladora realidad golpea. Espíritus libres amordazados por la desigualdad que luchan por salir a la superficie, filtrando la luz de los colores de la vida que pelean por sobrevivir. La luna se viste de tristeza, se coloca la diadema de la resignación, palabra habitual en su vocabulario. Cuando la necesidad llega a este punto es cuando hace acto de presencia el Banco de Alimentos, que busca para cada necesidad su respuesta, es uno de sus principales cometidos. La solidaridad comienza donde empieza la educación, para que esto se consiga debemos remar juntos. El Banco de Alimentos y sus voluntarios se involucran con gratitud y generosidad compartida en la transformación del otro yo, desarrollando una importante labor. La profundidad del compromiso con el ser humano, la palabra y la acción. Profundo y solidario humanismo. El personal del Banco de Alimentos conocedor de las necesidades de los más desfavorecidos y fiel a su compromiso con los más necesitados, consigue satisfacer la creciente demanda. Gran reto conseguido. Una vez más la población cordobesa ha hecho gala de su generosidad, ayudando a que la recogida de alimentos sea un éxito. Es emocionante ver como niños que casi no saben pronunciar bien todavía, te preguntan qué alimentos son los que más falta hacen, y vuelven con ellos. Me enternecieron sobremanera dos hermanos que me entregaron galletas, leche y una lata de cacao y me dijeron: «Esto es lo que más nos gusta a nosotros, y nuestra mamá dice que si comemos muchas de estas galletas con esta leche y este cacao nos pondremos muy mayores. por eso se los damos, para que los niños se pongan muy grandes». Por vivir momentos como este vale la pena ser voluntario. Me siento inmensamente orgullosa de pertenecer a este equipo. También estuvo con nosotros y colaboró generosamente el afamado pintor cordobés Rafael Romero del Rosal. En otras ocasiones ha rifado cuadros suyos a beneficio del Banco de Alimentos. «Para mí la generosidad verdadera es así: uno da todo, y siempre siente como si no le hubiera costado nada» (Simone de Beauvoir).