Hace aproximadamente dos lustros, Córdoba vivía embobada con el infructuoso «miguelato», protagonizado por un narcisista consagrado que, en la cumbre de la fatuidad, hasta llegó a erigir estatuas -bustos de bronce con su figura- para satisfacer una insaciable vanagloria. En ese lamentable momento ciudadano -percibido por muy pocos en su exacta dimensión-, una mente municipal, que se creía estéticamente innovadora, tuvo la desafortunada idea de colocar en la extensa zona verde de los Llanos del Pretorio, el galardonado grupo escultórico que representa a Séneca tratando de aleccionar en las virtudes ciudadanas al cruel Nerón, que en 1904 modeló en escayola el artista Eduardo Barrón y que hubo de aguardar una centuria para que lo vaciaran en bronce.

Dicho emplazamiento estaba fuera del lugar adecuado, pues la referida obra, efectuada en un estilo naturalista de minuciosidad casi pictórica, muy propio de la época y acorde con los conceptos del contemporáneo Mariano Belliure, fue concebida para ser contemplada de cerca y de frente, por cuya causa estos modelos escultóricos tienen su mejor colocación delante de un paramento de obra, o vegetal, pero nunca exentas y perdidas en un espacio amplísimo que, para colmo de males, es de difícil e infrecuente acceso.

En consecuencia, haberla puesto en donde se halla, prácticamente perdida, sin posibles espectadores, es una equivocación, como lo pruebe el hecho de que durante una década nunca vimos -y pasamos casi diariamente por el Pretorio-, un solo transeúnte contemplando la interesante escultura. Nosotros, cuando la situaron en sitio tan impropio, escribimos solicitando que se remediara el error, actitud coincidente con otro artículo del fino periodista Francisco Solano Márquez.

Aunque en política es un mirlo blanco dar el brazo a torcer -recientemente el «trumpismo» lo atestigua de manera trágica-, los representantes municipales acabaron asegurando que el grupo escultórico sería trasladado a un espacio más idóneo. Promesa largo tiempo olvidada, como es el sino de tantas obras públicas que no se emprenden, o se paralizan, en la ciudad de las tardanzas.

En otras ocasiones, hemos querido escribir lo anterior, aunque nuestro creciente escepticismo cívico, siempre abortó el propósito que hemos ido dejando y dejando, convencidos de que sería inútil hacerlo, pues la reflexión caería en el olvido. No obstante -hoy-, reincidimos en el tema porque la edad nos retrotrae a fijaciones, deseos y manías que teníamos archivados. Pero ya que hemos resucitado la cuestión, y sabiendo que el coste del traslado es económicamente muy reducido, queremos insistir en que el monumento debe situarse en mejor emplazamiento, aunque únicamente sea para librar a Séneca y Nerón de la soledad que padecen en el destierro del Pretorio.

Además, desde nuestra obstinación -ayuna, eso sí, de toda esperanza, porque conocemos el percal-, nos atrevemos a pensar que, habiendo en la ciudad varios lugares aptos para recolocar definitivamente la obra señera de Barrón, nos parece una zona ideal el pequeño espacio que se encuentra a la derecha de la fachada del Ayuntamiento. Allí gozaría de la cercanía del público -que hasta podría tocarla-, teniendo como fondo cercano los sillares romanos existentes y más detrás las columnas del Templo construido cuando Córdoba poseía el honroso título de «colonia patricia», pues -repetimos- las esculturas de su tipología exigen, para mejor lucir en toda su dimensión estética, estar situadas delante de un paramento, o en una galería cubierta -tal la famosa loggia dei lanzi de Florencia- o, como mínimo, implantadas en un espacio recogido, casi íntimo, en el que -es nuestro caso- usando la imaginación, pudiéramos escuchar los sabios consejos del filósofo cordobés que el sanguinario emperador romano echaba en saco roto.

*Escritor