A uno lo que le importa a estas alturas de la vida es no llegar a viejo solo, sino procurar pasar esa última etapa en compañía, emparejado, de modo que tanto tiempo libre no llegue a ser tan agobiante como para terminar odiando la soledad.

La verdad es que digo eso sin mucho convencimiento, puede que empujado por la costumbre social. A mí me ha gustado estar solo desde siempre, desde que tengo uso de razón. No quiere decir eso que odie vivir en pareja, o que odie a las personas, pero nunca lo he buscado activamente. Si ha ocurrido, ha sido por puro azar. Puede que la simple observación de la desintegración por la acción del tiempo de muchas parejas de amigos y conocidos haya influido en mi decisión. Por ellos sé que vivir de 2 en 2 no es nada sencillo.

El número 2 es peculiar de muchas maneras. Para empezar, es un número primo. Y eso no es moco de pavo. Tiene interesantes connotaciones el hecho de no ser divisible por ningún oro número salvo él mismo y el número 1. De hecho, los griegos no consideraban al número primo realmente un número, sino algo más importante, como un creador de números; por eso lo llamaban «protos aritmos». La traducción de «protos» al latín es «primus», y de ahí primo. Así es, primo no significa solo el hijo del tío, sino el primero, el fundamental, ese del que surgen todos los demás.

En segundo lugar, el número 2 es peculiar por ser el único número par que es primo o, al revés, el único número primo que es par. De hecho, salvo el 2, todos los demás primos son impares. Y según Euclides, la cantidad de números primos es infinita. O sea que, aunque el número 2 sugiera una composición de dos cosas, por ejemplo, de 2 personas, en realidad tiene algo de primordial. Quizás sea esta la razón por las que nos parece que la pareja es la forma natural de estar 2 personas.

Sin embargo, aunque por convenio no se le considera, existe un número primo aún más pequeño: el número 1. También es divisible solo por sí mismo. Y no cabe duda alguna sobre su carácter primordial. Pero ya sabemos que son infinitos. Luego están el 3, el 5, 7, 11, 13, 17, 19..., e infinitos más por descubrir, según Euclides. Tantos, y a pesar de ello, son todos únicos. No me digas que no hay algo absolutamente desgarrador y poético en esto. Lo es tanto que el editor de Paolo Giordano decidió cambiar el título de la ópera prima del joven físico teórico que, a sus 26 años, publicó esa conmovedora historia titulada La soledad de los números primos. La novela cuenta la vida de dos adolescentes empujados a estar juntos por una traumática infancia que los hizo sentirse a los dos como unos seres únicos.

La vida de todos y cada uno de nosotros es así. Nacer y empezar a caminar por la vida son sucesos traumáticos. Somos todos seres únicos, primordiales, números primos que se saben únicos y a pesar de eso estamos próximos los unos a los otros, a veces con una separación mínima, como la de dos primos gemelos, el 3 y el 5; o el 59 y el 61. Por cierto, 59 y 61 son las edades de una pareja de amigos que, después de una vida en comunión, sienten que en realidad nunca han estado perfectamente unidos. Ahora les asfixia la falta de una mínima separación, un espacio para poder respirar en soledad. Como Alice y Mattia, los protagonistas de la novela de Paolo Giordano, descubren a estas alturas que son dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos, pero no lo bastante próximos como para sentir que pueden tocarse de verdad.

La número 59 y el número 61 son valientes al reconocer su verdadera realidad. Puede que esa toma de conciencia sea suficiente como para que les permita respirar con un poco más de espacio para cada uno. Renunciar a la soledad es renunciar a nuestro propio ser y despreciar el fantástico acontecimiento cósmico y matemático que supone ser y sentirse una persona.

* Profesor de la UCO