En el artículo anterior me había quedado escribiendo sobre los gurús del optimismo vital o existencial que ahora están tan de moda y cuyos cachés no son precisamente la satisfacción personal por haber reavivado o reactivado o motivado la vida de quienes se sientan «pasmados» a escucharlos sino ingentes cantidades de dinero que, en algunos casos, no es que rocen sino que traspasan los límites de la indecencia. Por eso, en esta insoportable sociedad, que únicamente es soportable, como ya escribí, cuando nuestra forma de percibirla es a través de un plasma, se han vuelto imprescindibles los coach, los entrenadores personales... Hay que sobrevivir como sea al hastío. Los más clásicos suelen todavía preferir las drogas y el alcohol. Pero dejemos este asunto por el momento, aunque no quiero que olvides que la diversión sigue siendo la mejor herramienta para el control social de la masa (a los jóvenes se les entrena en el botellón).

Vamos a mirar un poco más cerca de nuestras propias narices. Y decidme si no es vomitivo el panorama político que nos rodea. También se nos ha ido totalmente de las manos. Nuestro Estado solo me produce una sensación que mezcla el asco y la vergüenza. Estamos consintiendo que unos pocos nos roben todo lo que tenemos, hasta nuestra dignidad más sagrada, mientras igualmente permitimos que otros se justifiquen a sí mismos afirmando sin rubor alguno que los que roban no son la mayoría, sino una minoría insignificante y que el ciudadano no debe preocuparse. Y lo peor es que llevan razón porque si los que nos robasen o los que robáramos fuéramos la mayoría, pues quizás, permitidme la osadía, no tendríamos tanto problema. Seríamos una mayoría enriquecida o un absoluto caos. Pero no es así, y ¡atención!, tú eres de los buenos porque no tienes acceso ni al poder político ni al poder financiero. Eres solo un esclavo de esos poderes. Porque si tuvieras acceso, ¡ay! si tuvieras acceso... No me vengas con un cuento que no se traga nadie en su sano juicio. Ingenuamente pensamos y estamos absolutamente convencidos de que si nosotros ostentáramos el poder no trataríamos de aumentar nuestras arcas, sino las del bien común. No digo que no haya políticos y altos cargos financieros que sean honrados, pero, amigos, estos son precisamente los insignificantes dentro de esta sarta de ladrones y criminales. Por tanto, y poniendo un poco de orden en este maremagnum de porcentajes y proporciones, que los ladrones sean unos pocos significa y significa mucho por la magnitud enorme de lo que nos roban. Y el sistema judicial sólo una tapadera que funciona en complicidad con los poderes financieros y políticos. Esta es nuestra sociedad. Del campo a la ciudad y de ésta al plasma... No sé cuál será el siguiente paso. Lo óptimo sería adelantarse, para que no ocurra la misma falta de previsión y descontrol que se tuvo con la transformación de lo rural a lo urbano y la maldita aparición del dinero como elemento que se puede almacenar (ahorrar, y por eso hablo ya de épocas de la Historia más recientes) y, como consecuencia, como herramienta de esclavitud y de opresión. La horquilla de la felicidad del 95% de los seres humanos de este planeta se mueve entre los que no poseen absolutamente nada y los que poseen una segunda vivienda en la playa o en el campo o a lo sumo un yate de recreo. Pero todo bajo el control de los Estados que son quienes permiten la horquilla. A los desposeídos han conseguido aislarlos, incluso dentro de núcleos sociales más favorecidos; y los que poseen están bajo el control tiránico de los impuestos haciéndoles creer que el bien común forma parte del bien y de la felicidad individual. La gran mentira de la Historia Moderna y Contemporánea de Occidente, la gran tapadera que ha hecho posible la aparición de la macrocorrupción. (Continuará).

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea