A Eva y a Fran

La socialdemocracia es la ideología contemporánea transformadora más resistente a la inclemencia de los tiempos. Aún se debate su vigencia, renovación y además es reivindicada si no de manera formal --sí tácitamente-- en gran parte del espectro político, desde la derecha moderada hasta las playas del populismo izquierdista, aunque en Ciudadanos se haya caído de su programa y en Podemos se haya relegado su ala socialdemócrata. Solo en los márgenes hay una connivencia antisocialdemócrata. Y a pesar de todo y de un cierto desprestigio es quizás la de menor connotaciones negativas en la calificación política. Tan consistente es que aún resiste los embates del nuevo populismo y del neoliberalismo que soportamos ya desde hace casi medio siglo.

Y ha sido la política más eficaz para combatir desigualdades. Es decir, combatir la desigualdad con políticas redistributivas. Porque como demuestra Joseph Stiglitz «una alta desigualdad fomenta una economía menos eficiente y menos productiva» ya que «los Estados funcionan bien cuando la rentabilidad privada y social están bien alineadas». En nuestro país el índice de Gini (un valor que calcula la distribución de rentas y que oscila entre el 0 -máxima igualdad- y el 1 -máxima desigualdad) aún estando por debajo del 0,5 que señala la línea de lo no tolerable, ha crecido en los últimos años a un ritmo inhabitual. Si de lo que se trata es de redistribuir la renta, ello habría que hacerlo con una política económica muy diferente del modelo actual, pero sin los corsés del modelo intervencionista.

Y aunque todo el mundo habla de renovarla, pocos dicen qué consiste esa renovación. El nudo gordiano consiste en compatibilizar el crecimiento económico con las imprescindibles inquietudes ecológicas, la inversión estratégica y los derechos laborales y sociales menoscabados. ¿Una cuadratura de círculo? De algún modo este es el debate en el seno del PSOE y lo que de alguna forma lo ha llevado a una situación problemática: mantener una postura socialdemócrata o abrazarse al populismo.

Su agotamiento no ha sido consecuencia de su sistema sino de la incapacidad de la izquierda de redefinirse como una fuerza alejada de la corrupción, con objetivos pragmáticos y eficientes y con mercados financieros regulados; ya Karl Polanyi en su libro La Gran Transformación expresaba la idea de que un mercado autorregulado era una utopía y aniquilaba la sustancia humana y natural de la sociedad. Contemplando el cambio demográfico, la tecnificación digital que permite el acceso en igualdad de condiciones a los nuevos medios de comunicación, la formación cualificada de los trabajadores, que rechace la escasa formación para tener una mano de obra barata a corto plazo, la inserción de una renta básica para establecer un mínimo de dignidad y revalorizar lo público. La idea de que una sociedad hipertecnificada («el internet de las cosas» de Rifkin), o la economía colaborativa nos diriga a una sociedad postcapitalista (Paul Mason), en la que desaparezca el trabajo humano, las cosas sean gratuitas y basada en la información, no deja de ser otra utopía.

La labor de la socialdemocracia es reducir las desigualdades aunque un cierto grado de desigualdad sea inevitable, porque si algo pone en cuestión el sistema democrático es la creciente desigualdad y la falta de oportunidades. Tener como objetivos políticos los derechos humanos (incluidos los de tercera y cuarta generación), el desarrollo que respeta el medio ambiente y la igualdad de oportunidades y de trato (el nacionalismo es lo contrario de todo ello), tanto en el sistema educativo cono sanitario (el fomento de la sanidad privada no hace sino aumentar las desigualdades; un estudio reciente mundial demuestra que la supervivencia del cáncer aumenta más en los ricos y agrava la pobreza en los que ya son pobres), son la base sobre la que cimentar una sociedad democrática, estable y justa. La reducción del gasto público tanto en educación como en sanidad, y aunque es normal que los recursos sean limitados, favorece la mercantilización de estos sectores y la desigualdad creciente.

Todo ello pasa por una socialdemocracia a la europea donde no sea el Banco Central Europeo quien dictamine dónde y cómo van a ser las crisis próximas. Como de nuevo escribe Tony Judt: «Lo que aglutina a los europeos es el modelo europeo de sociedad». Un modelo que une democracia y justicia social, es lo que define el modelo socialdemócrata. En una sociedad hiperindividualizada -en gran parte debido a las nuevas tecnologías paradójicamente-, atender a ese discurso individual y compatibilizarlo con el interés colectivo sin menoscabo de las libertades es un punto crucial para la socialdemocracia y diferenciado de otras izquierdas radicales. La democracia no es un medio sino un fin.

Reactivar la socialdemocracia es reducir la desigualdad. Para Ludolfo Paramio: «la socialdemocracia podría volver a emerger, con su proyecto de creación de una sociedad cohesionada, de crecimiento compartido y de apuesta por un futuro sostenible, para cada país y para la sociedad global». ¿Es reivindicar la socialdemocracia a estas alturas un ejercicio obsoleto? Quizás lo sea más el hacerlo de un sistema económico injusto y neoliberal.

* Médico y poeta