Si rechazamos la ideología postcomunista y el populismo emergente y también se pone en solfa la ideología neocapitalista, la pregunta consecuente cae por su propio peso, ¿qué queda? La respuesta sería: la socialdemocracia, que aún conserva los objetivos propios de la izquierda. Pero la idea socialdemócrata no es un tótem ni puede solo con nombrarse convertirse en un avispero sin contenido.

La socialdemocracia ha imperado décadas en Europa e incluso ha dejado un legado, un poso político y social incrustado en los países occidentales, que se quiera o no, siguen siendo referente en cuanto a sociedades en las que el bienestar, los derechos sociales y políticos son aspiraciones de mucha gente (como lo demuestra la inmigración). Incluso ese legado ha subsistido en los países más capitalistas, pero también de los primeros en implantar el Estado de Bienestar, como Reino Unido o Alemania, a pesar de los denodados esfuerzo tatcherianos de dinamitarlo (lo que hizo en parte). De hecho en nuestro país hasta los nuevos partidos que no se atreven a definirse en el sentido clásico derecha-izquierda, tienden a definirse como socialdemócratas.

Pero de qué hablamos (si me permiten parafrasear a Carver) cuando hablamos de izquierda y socialdemocracia. No, claro está, de los que llevan la bandera del infantilismo izquierdista que busca en causas trasnochadas o injustas (nacionalismo, antisemitismo o antiamericanismo) o estrafalarias (antitaurinismo), una justificación de la supervivencia del radicalismo --la reconversión de los antiguos comunistas no deja de ser sino un fallido, continuo y obstinado testimonio de su coqueteo con el totalitarismo--. En este sentido la primera intervención de la líder andaluza de Podemos, Teresa Rodríguez, en el Parlamento andaluz regresando a tópicos manidos anticolonialistas y una retórica arcaica, fue tan decepcionante como ridícula.

Es verdad como escribe Tony Judt que la socialdemocracia es una práctica en perpetua búsqueda de una base teórica; amén de ser reformista, antirrevolucionaria y pacífica para corregir las disfuncionalidades éticas del capitalismo. Ello significa una ética de izquierda que va más allá de la pura ideología y de las condiciones para su desarrollo que no siempre se dan como serían crecimiento económico, aumento del empleo y pirámide poblacional adecuada.

Una izquierda pragmática no puede ir más allá de la socialdemocracia económica cuyas bases estableció hace un siglo Keynes. Ahora el desafío mayor de la izquierda socialdemócrata sería la reforma del mercado laboral que conjugara la competitividad (para poder competir en la mundialización de la economía) y encontrar un punto intermedio entre el despido libre y el despido imposible, con una tributación fiscal progresiva y distribución equitativa de la renta.

Por otro lado la socialdemocracia se identifica con lo económico pero la izquierda debe ser algo más. No son solo objetivos económicos lo que la diferenciaría, sino para hablar de los objetivos de la izquierda sea necesario hablar de un "nuevo humanismo" en que la defensa de los derechos humanos no sea secundaria sino central para no caer en la "modernidad líquida" (Bauman), un tiempo sin certezas que se refleja en la decadencia del Estado de Bienestar. Y esta defensa abarcaría varias generaciones de derechos humanos; desde los irrenunciables de primera generación, civiles y políticos en cualquier país (no solo los que alimenta el imperialismo yanqui); los de segunda generación (sociales, económicos y culturales); de tercera generación (derechos de solidaridad, a la paz, al desarrollo, a un medio ambiente adecuado), e incluso de cuarta que vendrían dados como consecuencia de las nuevas realidades en la era de la informática y las nuevas tecnologías.

Para ello, agotada la Tercera Vía, habría que crear las bases económicas para disminuir --hacerlas desaparecer es una incongruencia-- las desigualdades sociales que esos derechos proclaman y que según Thomas Piketty no es nueva pero cada vez es peor, con posibles impactos radicales que cuestionarían la propia existencia social. Y por supuesto desprenderse del discurso anquilosado de los nuevos populismos que en el fondo son tan viejos como la propia Europa.

Para Ludolfo Paramio "se trataría de combinar los derechos sociales con una nueva visión de los derechos individuales, por un lado, y recuperar el papel del Estado como inversor, para impulsara un nuevo modo de crecimiento, y como regulador de los mercados". Y para Daniel Innerarity la renovación de la agenda socialdemócrata surgiría de la combinación entre el liberalismo, socialismo y ecologismo. De alguna manera sería integrar individualismo y equidad a través de una ética dialógica y del compromiso y responsabilidad.

* Médico y poeta