No es nueva la pregunta hecha titular para esta nota. Hace bastante tiempo que en los congresos de los partidos no se decide nada, no hay sorpresas, todo está acordado con antelación o, en el caso más incierto, encarrilado. Siendo esto así ¿para qué sirven en realidad los congresos cuando --como es el caso de la asamblea que este fin de semana convoca a los socialistas-- acuden a un gran auditorio de Madrid con el secretario general elegido por los militantes, la comisión ejecutiva nombrada por el secretario general y las ponencias y conclusiones programáticas dictadas por unos señores que impuso la mayoría? ¿De qué vale un congreso en el que la minoría acude sin esperanza alguna de conseguir nada que no sea la pedrea de tener un asiento en un órgano de deliberación interno?

Los descreídos sostienen que estas reuniones partidarias multitudinarias son un paripé para que parezca que existe democracia interna o, acaso, sean solo el recuelo simbólico de lo que un día fueron. Porque sin apartarnos del PSOE, hasta hace pocos años en ese partido estaba prohibido que al delegado se le concediera un turno de palabra para defender la gestión de la Ejecutiva; sólo eran autorizadas las intervenciones de crítica total o parcial a su mandato. Y la dirección se defendía sola como podía en larguísimas y tensas sesiones a puerta cerrada. Ahora todo es público --¡viva la transferencia!-- pero también insustancial y sabido.

Entonces ¿por qué miles de personas realizan tanto esfuerzo físico y económico en organizar estos macroencuentros? Muy sencillo: para lucimiento del líder y dar apariencia de que la organización goza de buena salud: se exhibe músculo y se ofrece espectáculo mientras todos hablan y ríen y se hacen fotos. Y eso ya es mucho. Con suerte abrirán los telediarios de fin de semana --de no contraprogramar el adversario-- y, en el mejor de los casos, pudiera ocurrir que trasladan algún mensaje hacia fuera. En el caso socialista el recado está claro: el PSOE es la izquierda. Pero ¿va a persistir durante tiempo este trampantojo político? Quién sabe. Se percibe, no obstante, cómo hasta los mismos partidos políticos comienzan a preocuparse por el tocomocho que nos vienen propinando. Será por ello que unos y otros no convocan estos encuentros a fecha fija, sino cuando pueden o les interesa. El PP retrasó el suyo dos años y no parece que ocurriera gran cosa. El PSOE también, pero a diferencia de los populares se desquita ejercitándose más de un año en una campaña electoral interna larguísima y muy cruel.

La nomenclatura de Podemos es la que mejor sabe utilizar el embeleco de las grandes reuniones. Hemos visto cómo le cortaban la cabeza política a Íñigo Errejón en Vistalegre en riguroso directo y ante millones de españoles (¡eso sí que es exhibir el hierro del poder en manos de Pablo Iglesias!), de la misma manera que se nos transmite vía redes que decenas de miles de interneteros (¿será verdad?) han apoyado tal o cual decisión política del aparato. O sea, todos deciden y solo uno tiene el poder de decidir. Sí, la formación de los círculos es el único partido en España que, de momento, continúa creando escuela.

* Periodista