El regreso celebrado de la primavera se ha visto ensombrecido por la sangre del doble atentado de Londres, que devuelve a la actualidad, tras la conmemoración de las masacres de Bruselas y de Madrid, la sinrazón y el odio que late en el corazón de tanta gente que vive junto a nosotros. Me pregunto que si nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión como subrayaba Mandela, cómo somos capaces de llegar a ese límite de irracionalidad. Tras los atentados de Madrid, Jaime Loring escribía en estas páginas hace trece años sobre la sinrazón del odio, que tiene como pilar básico el fundamentalismo. Unas veces fundamentalismo nacionalista, otras veces religioso, otras veces étnico, o de otra especie cualquiera, señalaba el emérito profesor y humanista. En todo caso la no aceptación del que es diferente. El convencimiento de que «el otro», el que no es como «nosotros» ha de ser eliminado; y que su eliminación es un acto virtuoso. Odio en los padres que se linchan mientras ven a sus hijos jugar al fútbol en categorías infantiles, odio de quienes impiden a otros ejercer sus legítimos derechos, odio de quienes levantan muros porque se creen seres superiores. Odio de parejas que un día se amaron. Señalaba Sartre que basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera. Pero no podemos sucumbir, no debemos convertir al odio en la base de la sociedad. El odio no disminuye con el odio. Tenemos que protegernos de él pero desde la justicia, no con más odio. Debemos hacer justicia con quien transgrede la ley, pero no odiar a una religión ni a un pueblo ni a una etnia o nación. Eso sería fundamentalismo, que ya llevó a guettos y al exterminio de millones de personas a manos de gentes «civilizadas» que se dejaron cegar por el odio.

No, el odio es la cólera de los débiles. Y pese a que quieran convertir a marzo en un mes ensangrentado de odios ciegos, fundamentalismos irracionales y miserables, y miedos paralizantes; la fuerza de la vida, de la primavera, de la verdad y del amor, con trazos indelebles de justicia, debe imponerse para superar esta hora y este odio, que no solo late en Londres o en fundamentalistas de otros credos, sino que está mucho más cerca de todos nosotros. No lo permitamos.

* Abogado