Se abre al público de nuevo en tanto que se cierra la de Pittsburg donde acaban de morir quienes debatían y rezaban, asesinados por un loco extraviado.

Una sinagoga es lugar de reflexión así como un templo es sitio de oración. Escribió T.S. Eliot que «allí donde no hay templo no habrá hogares, aunque tengan refugios y pensiones».

Hay mucho que reconstruir, mucho que restaurar y debemos alegrarnos que se haya decidido ampliar este lugar en Córdoba. Para ello no somos ciudad de intrigantes ni de ciudadanos traicionados en el laberinto de nuestra ingenuidad, vendidos a tretas que nosotros mismos nos hemos inventado sino gentes que hemos decidido trabajar para recuperar lo bueno que se hizo siglos ha.

Y es que el futuro también reside en el pasado porque lo que fue apunta a nuestro presente. Es el eco de aquellas pisadas en el Mikve antes de sumergirse en el agua de la purificación que venía, supongo, del arroyo que corría junto a la muralla desde nuestra sierra. Mikve, hermano del de Besalú, cuyas aguas provienen del río Fluvía. Es ese pasillo que jamás cruzaremos o esa puerta que nunca abriremos.

Allí han estado desde el pasado siglo XIV, invisibles y dignos, sin prisas, aceptados y ahora esos no olvidados pasos. Este seco Mikve era corazón de luz y de fe. Aquel pasado, tras la restauración y descubrimiento, se ha hecho alegre presente, desde cuyo suelo se oyen pisadas anhelantes de purificación.

Esta sinagoga es unión de pasado y futuro, es como si nosotros los cordobeses ahí también tuviésemos depositada nuestra conciencia.

Con este redescubrimiento hemos conquistado el tiempo pasado.