La agresión es doble. La ausencia del Rey en la ceremonia de entrega de despachos a la última promoción de jueces y la falta de una explicación. El agravio aumenta al presumirse que no es preciso darla, que esto se hace así porque yo lo valgo y mañana a otra cosa, con inhabilitación de Quim Torra o sin ella. «No contamos con la asistencia de Su Majestad el Rey. Sentimos un enorme pesar por esta ausencia». Como vivimos tiempos en los que no importan los muertos por covid, sino el cambio de régimen, hace falta explicar lo que es el Rey y lo que representa. Afortunadamente, además de la gente que vive la algarada de lo irreconciliable, todavía tenemos el derecho. Y ahí brilló ayer Carlos Lesmes, con pulso pedagógico y sentido de Estado y realidad: «La presencia del Rey en el acto va mucho más allá de lo protocolario. Tiene una enorme dimensión constitucional y política, expresión del apoyo permanente de la Corona al Poder Judicial en su defensa de la Constitución y de la ley en beneficio de todos los españoles a los que servimos». Claro que todo puede revisarse, pulirse y mejorarse. Pero no en mitad de la pandemia, frente al torpedeo público entre el Gobierno y Madrid, con comparecencias y medidas solapándose, solo dos días después de ese romanticismo de banderas entre Sánchez y Ayuso, y menos aún por parte del vicepresidente. Porque ha sido este Gobierno el que ha prohibido al Rey ir a Barcelona. Si no puede garantizarse la seguridad del Rey, ya está tardando en dimitir Grande-Marlaska. Pero claro que se podía garantizar: cosa distinta es que no se quiera tenerlo por allí, entre la negociación presupuestaria con los socios independentistas. «Le agradecemos mucho a Felipe VI que sepa estar siempre en su sitio, que es el de la neutralidad política. Y son razones que ocupan al día a día, y que en este caso se han convertido en novedad política por una razón desde luego ajena al Rey y al Gobierno de España», explica Carmen Calvo. O sea: nada.