Dice la revista Vogue que la moda que viene es la de la «estética contenida». Parece ser que la colección otoño-invierno de Valentino marca un nuevo rumbo en cuanto a la vestimenta femenina que consiste en «un contenido ejercicio de austeridad que revelaba mucho más sobre la feminidad que cualquier minifalda». Ya sabéis, chicas, si queréis ir a la última, vais a tener que taparos de arriba a abajo, poneros vestidos enormes donde se pierdan vuestros cuerpos y tendréis que ser pudorosas, que lo de ir enseñando carne ya no se lleva.

Si seguís leyendo el texto, titulado Clima social, descubriréis que esta propuesta os la hacen en nombre del feminismo. Ahora todo lo es, incluso asumir las viejas y rancias imposiciones. No es la ley del padre ni la moral de las abuelas la que propone túnicas enormes, grandes capas y la superposición de pantalones y faldas, sino la necesidad de escapar, dice Vogue, de los códigos heteropatriarcales. La virtud de censurar cualquier milímetro de piel también está, por supuesto, en la inclusión de todas las diversidades, también la religiosa.

Qué suerte hemos tenido las que venimos del ámbito musulmán, qué chollo que en el reparto de papeles de la sagrada diversidad nos haya tocado, casualmente, la moral de tener que escondernos bajo capas y capas de tela. Mientras que el resto de mujeres ondean sus melenas al viento, reivindican su color de piel y toman el sol siempre que quieren, a nosotras nos invitan a enterrarnos en vida para representar la particularidad que nos corresponde. Lo dice la revista: hay que abrazar una identidad «más allá del cuerpo». Además, os lo digo yo, taparse es sexi, es misterio, es la erótica de la virginidad, que tu preciado tesoro quede solo para uso y disfrute del hombre de tu vida, ya sabes, como una perla dentro de una concha que solo él podrá descubrir. La moda púdica es permitir que quien te mire fantasee con lo que hay debajo de los velos, con lo que escondes y así, paradojas de la vida, despertar el deseo más que si estuvieras desnuda. Seguir el juego --no es novedad-- de la puta o la santa.

Quién me lo iba a decir, a estas alturas de la vida, que las normas de mi padre se convertirían en tendencia fashion, que la modernidad sería precisamente lo que me imponían en casa: modestia, austeridad, ropa ancha para que no se notasen cosas tan vergonzosas como el pecho, el culo, los muslos, el cuerpo entero que era una especie de peligro público. Ahora es Valentino quien me dice que más me vale esconderme. Y un ejército de instagramers que blanquean con infinidad de filtros teóricos la vergüenza de considerarse más respetables por el hecho de ir tapadas. Que la editora de Vogue Arabia pidiera a los diseñadores precisamente más moda púdica no tendrá nada que ver. He aquí un ejemplo de cómo, en nombre de la diversidad, nos devuelven a la ley de la tribu, ahora tribu petrolera.

* Escritora