Fernando Simón ha tenido que pedir perdón por un chiste sobre enfermeras. Fue un chiste de mal gusto, algo pollavieja, fantasmón y cutre, machistón y tal. Pero inducido. Fue una respuesta a una pregunta de unos cómicos que bromeaban. Lo condenable es que haga chisacos tan malos. El contexto es importante, pero lo han crucificado y, víctima de lo políticamente correcto, ha tenido que salir y pedir disculpas. El Gobierno no lo ha defendido. Simón ya está amortizado pero porque se ha quemado de tanto salir. Su credibilidad está dañada. Nadie se va a quedar en casa porque él lo diga. A la vista está. Niño, otra caña. Yo creo que tiene buena fe y es un buen hombre, pero necesitamos ya caras nuevas, si es que no necesitamos expertos nuevos (¿habrán estado al mando alguna vez?) y liderazgos una mijita renovados.

El virus se va a llevar por delante a un buen ramillete de políticos que no están estando a la altura. Está uno tan fatigado de ellos que escribe una oración con dos verbos estar seguidos: «están estando». Con lo de ramillete de políticos me refiero a todos los que ustedes quieran imaginar. Aquí opina y patina sobre el virus hasta el vicepresidente cuarto de una mancomunidad de tercera de la España profunda y de la España superficial y las teles recogen su opinión, dado que están emitiendo día sí, día también, programas en directo sobre el virus que necesitan entrevistados, combustible, polémica, etc. No hay descanso.

En este punto de la columna se nos va la argumentación por el lado de echarle la culpa a los medios, cosa que es un chiste. Peor que el de Simón, que ha faltado el respeto a las enfermeras, tal vez el gremio más sufrido y más merecedor de premios de este país ahora. La oposición le ha arreado a Simón y se ha desahogado. La oposición siempre necesita simones a los que arrear. El Gobierno lo sabe y le saca, como un capote, cada día un Simón, o dos si son pequeños. Así embisten y se desfogan y no se meten con Sánchez, con el que de todas maneras se mete todo el mundo. A estas alturas de las embestidas se echa en falta que unos a otros se llamen jabalíes, que es como bautizó Ortega en la II República a algunos diputados después de echar un discurso de los suyos y obteniendo de un grupo solo berridos como respuesta. «Es de plena evidencia que hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer al Congreso: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí», les recriminó. Ahora en nuestra vida política nos sobran tenores y jabalíes. Payasos hay menos. Los payasos son entrañables. Hacen reír sin contar chistes.

* Periodista