El Monasterio de Silos tiene siempre sus puertas abiertas de par en par a todos los visitantes del mundo. Y los monjes, cada año que pasa, son más cercanos en su acogida, en su trato, en sus «encuentros» con los residentes en la Hospedería. La inmensa caravana de los que llegan a las puertas de Silos franquean su entrada, recorren el claustro principal donde se encuentra el famoso ciprés que ensalzara poéticamente el soneto de Gerardo Diego, escuchan con viva atención y denso silencio el canto salmódico del Oficio divino, van buscando, sin duda, algo más que un escenario o unas voces, las playas de la infinitud, el firmamento de nuevas felicidades. Son, sin duda, «buscadores de Dios». El materialismo actual tiene el triste poder de extinguir en el hombre incluso las manifestaciones de la tendencia innata hacia Dios. Pero, antes o después, la vida presenta otro rostro. Una enfermedad grave, un revés económico, la muerte inesperada de una persona querida, la traición y el fracaso de un matrimonio, el haber llegado al fondo del abismo, hacen derrumbarse aquella seguridad y nos llevan a la reflexión. En este sentido, los monjes, los verdaderos monjes, son buscadores natos, hombres inquietos que no se conforman con cualquier tipo de vida. «El monje, en expresión de Tomás Merton, se ve a sí mismo y a todos los demás hombres, a la luz de los hechos decisivos e importantes que nadie puede esquivar: el sentido de la vida, que casi siempre es oscuro y a veces parece indescifrable». Recordaré siempre mis encuentros con el padre Bernardo García Pintado, monje poeta de Silos --juntos escribimos un libro con el titulo Coloquios con un monje poeta, editado por Paulinas--, cuando quiso definirme lo que es un monje: «A bote pronto y de un modo general, veo al monje como «un buscador de Dios», un cristiano que ha sentido una llamada interior para seguir a Jesucristo en la soledad y en el retiro. San Benito se retiró del mundo con el deseo de vivir solo para Dios, como dice san Gregorio Magno, al presentarnos la vida de nuestro santo fundador. El monje, subraya el padre Bernardo, siembra la semilla de esa llamada interior en un monasterio, que es el campo donde la riega y cultiva mediante los votos monásticos: la obediencia, que supone la renuncia a la voluntad propia; la conversión de costumbres, que supone el compromiso de llevar una vida pobre y casta; y la estabilidad, que indica no solamente la estabilidad «local», sino la incorporación definitiva a una comunidad concreta. Pero al definir al monje, me quedo con estas palabras: «Monje es aquel que vive separado de todos y unido a todos». De nuevo, he pasado unos días con la comunidad benedictina de Silos, he concelebrado con los monjes en la misa coral, he participado en el canto de las Horas y he recibido cada noche, tras el rezo de Completas, la bendición del Abad, Lorenzo Maté. Y de nuevo, mis encuentros con el padre Moisés, prior de la comunidad; con el padre Rufino, maestro de novicios; con el padre Bernardo, entre sus libros y sus poemas, han sido para mí el gozo de vivir otros momentos, de escuchar otras palabras, de contemplar otros firmamentos. Porque, quizás, al final, no es que nosotros busquemos a Dios en un monasterio, sino que, en un monasterio, Dios nos encuentra a nosotros tal como somos, dispuestos a escucharle y amarle hasta el fondo de nuestras conciencias libres. Y en nuestro equipaje de vuelta sentimos siempre las caricias de la brisa monacal.

* Sacerdote y periodista