En una entrevista reciente con Andrés Trapiello, referente de lucidez y buena literatura en este país, le pregunté qué era lo más valioso que le podían robar de su casa. A lo que el autor de Las armas y las letras respondió: el silencio. Fue para mí como una revelación pues ha tiempo que vengo pensando que el silencio es hoy un lujo al alcance de muy pocos, inalcanzable para muchos. Nuestra realidad se asemeja cada vez más a la visión de Macbeth sobre la vida, «un cuento lleno de furia y ruido, contado por un idiota». Por eso celebro tanto, y quiero compartirlo con quien no quiera dejarse arrastrar por el ruido de nuestros días, la lectura del libro titulado Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días (Acantilado) del ensayista francés Alain Corbin, profesor de la Sorbona. Se trata de un librito de poco más de cien páginas que parten de una idea central: el silencio no es solo la ausencia de ruido. Con esta lectura podrán sumergirse en la idea del silencio y hacerse cargo de lo productivo que el silencio ha sido, desde el amor hasta en el ámbito de la creación artística. También podrán conocer cómo fue el silencio de otros tiempos, de sus búsquedas, sus estrategias y su riqueza, y tal vez pueda servirles para reencontrarse con el silencio, es decir, para estar con ustedes mismos ¿Recuerdan El gran silencio, aquel documental sobre la vida en un monasterio cartujo francés que transcurría íntegramente en silencio? Para el ensayista Ramón Andrés «el silencio es una actitud mental». Confucio decía que «el silencio es ante todo conocimiento», y en el antiguo Egipto el silencio era necesario para el conocer el más allá. Para ser admitido en la escuela de Pitágoras había que estar cinco años sin hablar, únicamente escuchando, que es la manera de aprender. Los místicos, como San Juan de la Cruz, hablaron de la «palabra silenciosa de Dios oída en la quietud del silencio». Se dice que dos personas son amigas cuando son capaces de estar juntas en silencio... Un antiguo profesor mío de declamación, Miguel Salcedo Hierro, gastrónomo y rapsoda, contaba que estando dos parroquianos sentados en una taberna de Córdoba ante dos medios de vino, uno de ellos exclamaba: ¡qué bien se está hablando poco!, a lo que el compadre, pasado un rato y algún trago, respondió: mejor se está sin hablar ná. El veterano profesor lo refería como ejemplo del senequismo cordobés; entre el barullo de hoy deberíamos tomarlo como un rasgo de prudencia, mesura e inteligencia. El hecho de hablar de las cosas no las cambia, ya ven la de vueltas que llevamos, por ejemplo, con el tema catalán. Es valioso escuchar atentamente, pensar y callar, porque cualquier humillación se puede achicar con el silencio, basta con abrir los ojos y cerrar la boca.

* Periodista