Twitter y Facebook, también Instagram, han bloqueado las cuentas de Donald Trump. La medida se tomó ante la insistencia del aún presidente de EEUU en denunciar un fraude electoral inexistente. Sus mensajes eran gasolina para la violencia. Sí, parece que los gigantes de las redes tienen conciencia. Sería tranquilizador... si no fuera tan inquietante. ¿Deben tener las redes sociales la capacidad de silenciar a un presidente de Gobierno? Es fácil defender la decisión en el caso de Trump, pero ¿queremos darles ese poder? ¿Cuáles son los límites? ¿Quién es el juez? Silenciar a Trump no deja de ser oportunista. Son las mismas plataformas las que le impulsaron. Gracias a ellas, sus ‘fakenews’ constantes alcanzaron una dimensión superlativa. Sus seguidores, alma de devotos. En el corazón del negocio está la fidelización de sus usuarios. La perfecta metamorfosis de ciudadanos a consumidores. La información -o desinformación- es el anzuelo. Trump es solo el producto estrella que, ya caducado, hay que retirar del lineal. Cierto, su silencio beneficia la paz social, pero los resortes democráticos son los que deberían tener la responsabilidad de acallarlo.

* Escritora