Uno de los comportamientos más mezquinos que se pueden encontrar en las redes es el del pantallazo reprochón. A tuit borrado, generalmente tras una bronca, siempre sale un listo que ha hecho un pantallazo y te lo restriega con un mordaz «se te ha caído». El que escribe estas líneas, supongo, no está libre de pecado igual que no está libre de haberlo padecido. El impulso me es bien conocido, de cualquier forma. Los rifirrafes de Twitter nos convierten en psicópatas mientras duran. El otro desaparece y cualquier cosa dicha a la ligera adquiere el peso y la densidad del plomo. Siempre comparo nuestro comportamiento allí dentro con el efecto de estar en el interior de un coche: no nos atreveríamos a soltar las atrocidades que salen por nuestra boca cuando otro conductor comete un fallo si lo tuviéramos delante, por ejemplo, en un ascensor. El impulso de hacer un pantallazo y restregárselo al autor arrepentido se sintetiza en el adagio «a enemigo que huye, puente de Calatrava». No nos conformamos con su retirada y queremos verlo hecho pedazos en manos de la justicia popular. Lo cual es un riesgo, porque en Twitter es imposible no meter la pata de vez en cuando: se tarda menos en pulsar el botón de enviar que en reflexionar; piamos como si pudiéramos borrar el rastro, pero todo lo que decimos será utilizado en nuestra contra.

Twitter nos anima a hablar a la ligera pero nos coloca ante un público que suele interpretar cualquier parida con la máxima solemnidad. El impulso, cuando sientes que has patinado, es borrar las pruebas del delito. Borrar un tuit significa que su autor lo ha pensado mejor y se arrepiente, o que ya está harto de que le insulten aunque siga pensando igual. Para el caso, es lo mismo: si está arrepentido no hay que restregarle su metedura de pata, y si se retira porque le han arreado suficiente no deberíamos encarnizarnos más.

La persona que borra un tuit está haciendo el «moonwalker». Permitirle que recoja cable y se retire es un acto necesario de caballerosidad.

* Periodista y escritor