Tras unos años iniciales de euforia, más financiera que económica, las dos primeras décadas del siglo XXI están evidenciando las nefastas consecuencias del modelo económico forjado en el último cuarto del siglo XX: la globalización sin control político, los modelos de crecimiento basados en la especulación financiera y la desregulación de los mercados. Se ha roto el pacto social entre el capital y los trabajadores que, tras la Segunda Guerra Mundial, proporcionó a una parte del planeta una etapa en la que se creció armónicamente, es decir, se combinó el incremento de la riqueza con su reparto. Un modelo en el que se aseguraba a todos los ciudadanos la salida de la pobreza. Y el camino para hacerlo era el trabajo. Ese modelo empieza a ser historia. Los llamado países emergentes -desde China a Brasil- han renunciado a él y han arrastrado a quienes lo tenían -especialmente Europa- a degradarlo hasta límites totalmente inaceptables. Una cuarta parte de la población española está en el límite de la pobreza, quiere ello decir que o no puede cubrir esas necesidades básicas o lo tiene que hacer con ayudas formales o informales. No hay soluciones mágicas. Las posibles pasan por una toma de conciencia general del problema. El asunto es urgente, porque quienes viven en la pobreza no pueden esperar y porque España está a la cabeza de la desigualdad en la UE. El pacto social debe rehacerse lo antes posible.