La Constitución de 1978 que ayer cumplió 40 años y que ha sido el instrumento de paz y convivencia que nos ha permitido avanzar extraordinariamente en derechos y en deberes, para consolidarnos como estado de derecho, ejemplo de transición ordenada y sólida, empieza a provocar las injustas iras de los intolerantes mediocres --hoy por hoy demasiados- que nunca serán capaces de dialogar y consensuar absolutamente nada.

Se descubrió tiempo después que detrás de los siete padres oficiales de nuestra Constitución, diferentes en ideas pero cargados de sentido común, que antepusieron a sus intereses partidistas los de un país entero, existieron otros dos más: Francisco Abril Martorell, ingeniero agrónomo, valenciano y vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suarez, procedente de la política activa con Franco, y Alfonso Guerra, abogado, sevillano, mano derecha de Felipe González y procedente de la izquierda clandestina, quienes en una sola noche de primavera de 1978 fueron capaces de zanjar las polémicas de los otros siete sobre los artículos más puntillosos de la Constitución.

Aquel llamado «pacto del mantel» que se fraguó en el Restaurante Jose Luis de Madrid entre dos hombres tan solos como distintos y distantes, tan opuestos como el yin y el yan, entre el humo de sus cigarros, unas cuantas copas de buen vino y algún pintxo de tortilla de la casa, acabó de un plumazo con el atasco de los otros siete sobre las cuestiones más peliagudas. Ahí es nada la forma del Estado, la mayoría de edad, la lengua o la pena de muerte y así hasta un total de 23 artículos que los dos «se liquidaron» de un plumazo con impagable sentido común, una extraordinaria generosidad y una altura de miras inexistente hoy entre nuestros políticos.

Cuarenta años después estamos en manos de la mediocridad y el populismo, de políticos chaqueteros, faltos de preparación, que hacen de la política su modus vivendi a costa de sacrificar cualquier idea o principio que pudieran tener e incapaces de practicar a diario el diálogo, generoso y con respeto, con un solo objetivo, el bien de los ciudadanos que los han elegido pero respetando a los ciudadanos que han elegido a sus oponentes.

En Andalucía esto no ha hecho más que empezar y desgraciadamente no tenemos Abriles ni Guerras, sino unos que no quieren irse, otros que habiendo perdido y con el peor resultado quieren reinar, otros que sin zarpazo y siendo terceros quieren más a cualquier precio y dos extremos tan opuestos que producen, los dos, hasta escalofríos.

* Abogada