Sí, siempre es lo mismo: los que organizan la revolución no van a ella: se quedan cómodamente en sus alturas viéndonos matarnos en la violencia provocada; y si la revolución se pierde, son los primeros en correr y volar a la frontera para salvarse. Ya tienen apalabrado el refugio en otro país, y aquí no ha pasado nada. Luego, cuando la situación se calme a su favor, volverán como héroes o mejor aún: como mártires del exilio, se colocarán las medallas de víctimas y perseguidos, y se pondrán en primera fila de las manifestaciones para coger de nuevo el poder. Aquí, en esta tierra melancólica que algunos no quieren llamar España, tenemos una larga tradición de esta hipocresía. El pueblo pone la sangre y ellos, el enardecimiento de palabras, muy maravillosas pero vacías, porque salen de las oscuras oquedades de sus intereses más bajos y egoístas. A ellos les importa nada eso que gritan en sus discursos: patria, honor, libertad, revolución. Ellos han hecho de su discurso la manera de enriquecerse. Su poder es amasado y levantado con el sacrificio y el sufrimiento de aquellos a quienes enardecen con sus ideas y lanzan a pelear. Siempre es lo mismo, y el pueblo no acaba de aprender, porque los encargados de que se conozca la Historia se ocupan muy bien de algo mucho peor que el no conocerla: el dar a grandes cucharadas una Historia manipulada para los intereses de los de arriba. Llegan, despiertan la violencia y se van a recoger los frutos. ¿Ya no nos acordamos de aquel que presumía de que unos varean el nogal y otros recogen las nueces? Estos listillos siempre se salvan; y, así, el pueblo regresa siempre a la melancolía. Y llega otra generación y vuelven a aparecer nuevos listillos con la vieja argucia. Palabras, palabras, palabras. No paran. Apenas tienen tiempo para tomar aire. Hablan, hablan, hablan como si mordieran. Gesticulan lanzando puñetazos, dentelladas. Pero todo es mentira y teatro. Se miran al espejo. Una pose, una sonrisa; pasean la mirada; sólo se escuchan a sí mismos, y ríen, ríen hacia sí mismos, comprobando una vez y otra vez el poder que tienen para conseguir que la gente los aplauda. Y debajo de su plataforma, la gente los cree y vuelve a creerlos. Porque el pueblo siempre necesita dioses. Es más cómodo no averiguar la verdad.

* Escritor