Titulo este artículo con la epifanía con la que mi madre anunciaba los brindis normalmente en Navidad. Sí, epifanía porque era un hecho extraordinario que consistía en que lo mejor era que no pasara nada. Todos ahora no sabemos ni qué puede pasar en este momento histórico, que a todos nos hubiese gustado leer en libros como aquel de la mal llamada «gripe española». Mejor leer los hechos históricos que vivirlos en primera persona.

Uno de mis grandes amigos, que son pocos, decidió hace unos años irse de este mundo porque ya había visto todo. La vida quizá le aburría, aparte de otras razones, le empujaba para salir de aquí. Cada día me acuerdo de él por mil razones y, sobre todo, por una: él estaba equivocado, no había visto más que una parte de lo que la vida es capaz de ofrecernos.

Él no imaginó que la ultraderecha desfilase de nuevo en España con mascarillas de verde oliva. Nunca imaginó que el «socialcomunismo» gobernaría en España. Que los hijos de los marginales de sus años de cárcel ahora pisasen alfombra del Estado. Y mucho menos, siendo fisiólogo, que lo importante no iban a ser las proteínas sino los virus.

Nada está escrito ni dicho nunca, ni tan siquiera en los tiempos de la abundancia. Cuánto desearía que ahora estuviese a mi lado para explicarme este mundo nuevo, en el que todas las piezas que parecían estables cayeron sin avisar. Este mundo nuevo es tan nuevo como lo fue el de la revolución industrial, el del año mil, el de la caída de imperio romano, el de la huida del pueblo judío de Egipto, el del primer día en que el antepasado mayor decidió cruzar el estrecho de las columnas de Hércules.

Toca reinventar todo o no hacer nada. Quién sabe el camino que tomará esta deriva. Unos empiezan a pedir autoridad, orden, nación y disciplina. Los más piden un mundo diferente, donde todo vuelva a ser más normal, más asible, menos low cost y más sostenible. Seguro que en este mundo nuevo continuarán las cosas que siempre nos dieron asideros para seguir avanzando sin conservar ni despreciar, sin inventar ni disparatar.

Este país nuestro, España, hace más de un siglo, en 1898, se debatía entre la vida y la muerte. Si cualquiera de ustedes tuviese el tiempo y la sensibilidad de leer lo que pasó en España a finales del siglo XIX, por ejemplo en sus periódicos, comprobaría que entonces el mundo, la vida, el futuro, terminaba para nuestra patria. No había más tragedia que haber perdido hasta la perla de Cuba. Y, sin embargo, aún tenían que ver más dolor y muerte en la siguiente centuria.

A pesar de ello, creamos, subsistimos, inventamos, vivimos y volvimos a caer y a levantarnos. Sin dramatismos, sin dogmas, sin imposiciones, sin agresiones. La vida es eso, la emoción de vivir lo inexplicable y lo que no ha sido visto aún, para recrear la condición humana en la necesidad de aceptar que no somos más que el espacio en el que vivimos. El día que creemos estar por encima el paisaje nos recuerda que él podría seguir viviendo sin nosotros.

Unas gotas de ilusión para un mayo en el que vamos a inventar una nueva forma de vivir, seguramente más humana, porque la que ahora dejamos no lo era. Prefiero ser optimista y probar a vivir esa otra vida que nos llega y que no nos ha de llevar por delante. Aunque sin Enrique nunca será igual. Y sin mi madre no volveré a oír aquello de «siempre igual y mejor lo que Dios quiera».

* Director de la cátedra Unesco de Resolución de Conflictos de la UCO