De los tres poderes del Estado solo se estaba salvando el Judicial en los últimos años. Y eso a pesar de que la Justicia va lentísima. Porque del poder Legislativo, los propios partidos se han encargado de desprestigiarlo. Y del Ejecutivo... bueno al Gobierno, mande quien mande en él, le arrean bofetadas por todas partes.

Y la verdad es que no sé quién está sacando partido de esto, porque todos tienen en común un principio: proteger la Ley, con mayúscula, esa idea de decencia que es la única arma (y tampoco infalible) que tiene el débil para protegerse de los desmanes del poderoso. Por eso es tan malo que un parlamento autonómico insumiso, un avispado de las finanzas, un delincuente o el simple abusón no cumpla con la Ley. De hecho, los tres poderes del Estado solo tienen una misión: proteger esa Ley. El Legislativo, haciendo las normas; el Judicial, interpretando y aplicando la ley a la vida cotidiana, y el Ejecutivo... pues eso: ejecutando. Sencillo en teoría, ¿verdad?

Pues resulta que no.

El único poder del Estado que se estaba salvando del descrédito popular, el Judicial, ahora está en la picota desde que el Supremo hizo parar la sentencia que obliga a los bancos a pagar los impuestos de la apertura de hipotecas. Y francamente, no me preocupa la inseguridad jurídica de la que se quejan los bancos, que bien saben ellos buscarse todo el resto de seguridades (políticas, legislativas, comerciales, etcétera) y siempre tienen las espaldas cubiertas. Y si pasa algo… ¡Pues nada, hombre, los rescatamos entre todos y... ya está!

Más dolorosa es la situación del que está a punto de comprarse una casa con el esfuerzo de media vida y resulta que ahora le dicen que se espere al 3 de noviembre para ver cómo va este lío.

Pero, como digo, más que la inseguridad del sector bancario lo que me preocupa es la inseguridad del resto de sectores. Porque, ¿con qué fuerza moral se le puede decir a un marqués, un pringadillo, un profesional especialista, un potentado o un currito normal y corriente que debe de cumplir una sentencia, que debe ser buen ciudadano, que tiene que hacer frente a sus impuestos…? «¿Por qué yo sí y la banca no? Si a mí no me gusta una sentencia, ¿por qué no me dan otra como le pasa a los que más tienen?» Se dicen muchos.

Y esas preguntas, que llevan su respuestas implícitas, sí que son peligrosísimas. Esos interrogantes sí que atentan contra el sistema económico, moral, político, de convivencia…

Sin olvidar que, y es lo más triste, a esas preguntas sobre la Ley ha dado pie, precisamente, quien menos debe hacerlo: el Supremo.