Como todavía queda tiempo para que se desvele el misterio del Toisón de Oro, por darle un nombre menos aburrido al referéndum del 1-O, me fui a ver La guerra del planeta de los simios. Iba a decir que tenía mono de esa serie, pero las frases hechas las carga el diablo.

Me enganché de niño desde la primera, con Charlton Heston vestido de padre del desierto evocando el monacato primitivo, que no es un mono pasota prehistórico sino la historia de los eremitas, los anacoretas, los cenobios (los cenobitas de Hellraiser nos recordarían otro tipo de penitencia en unos años en que la gente era carne de otros enganches).

Creo que vi El planeta de los simios, la del 68, en aquel Sábado Cine de los años 70, que presentaba Manuel Martín Ferrand. Un truco para recordar cuándo se vio una película entonces: si era por la noche, probablemente fue en Sábado Cine, y si era por la tarde, debió de ser en Sesión de Tarde (aunque también pudieran ser en Primera Sesión y en Sesión de Noche).

En El planeta de los simios, Charlton Heston es un hombre espiritual, ha viajado en el tiempo. Es también un estilita que al ver la estatua de la Libertad hundida comprende que no tiene stylos (columna) donde subirse. Aquellos monjes solitarios del desierto transformaron la nada en estilo. Luego los trovadores harían lo mismo, y Guillermo, duque de Aquitania, escribiría: Farai un vers de dreit nien («Haré un verso sobre absolutamente nada», en traducción del sabio profesor medievalista Martín de Riquer). Junto con Charlton Heston, hubo otro último eremita del desierto en la cultura popular, otra criatura de vida ascética condenada a no comer más que langostas: el Coyote.

Sin embargo, La guerra del planeta de los simios transcurre en un frondoso bosque. Quizá se deba a que la realidad es ahora un desierto. Nada más real que la guerra. La de la Tormenta del Desierto en la invasión de Irak en 1991; el Estado Islámico ondeando su bandera negra como Tamerlán en los desiertos de Siria e Irak; la hoy silenciada guerra civil de Yemen, repleta de potencias internacionales.

La guerra del planeta de los simios transcurre en los días actuales o en un futuro que rozamos con la yema de los dedos, y así hemos dado alcance a la ciencia ficción. Estaba cantado desde que llegamos al año 2000.

Desde niños esperando ese momento, y resulta que el futuro estaba en un nombre y no en nuestros días. El planeta donde aterriza Charlton Heston es el de su propio futuro, y el del nuestro, aunque nos parezca el pasado. Con La guerra en el planeta de los simios, o con las películas de la factoría Marvel, se manifiesta la urgencia de convertir en ciencia ficción el propio presente. Cada cual a su manera.

* Escritor