Ojear las páginas del periódico o asomarse a los informativos de televisión y radio suele ser un ejercicio de masoquismo, el camino más rápido para sufrir ante las desgracias del mundo y los desaguisados de nuestro entorno. Pero hay excepciones, y de pronto uno se encuentra con buenas noticias que te hacen la realidad menos deprimente. En Córdoba, una de las pocas nuevas optimistas que ha generado la actualidad -al menos para los nostálgicos del desarrollismo suavemente peleón de los años sesenta del pasado siglo- es el resurgimiento de las Hermandades del Trabajo, en una especie de resurrección de lo mucho que significaron desde su puesta en marcha para la clase obrera. Cuando más languidecían, olvidadas de los poderes públicos e incluso de sus afiliados -llegaron a contarse por miles y no llegan a 300 ahora, aunque parece que la cosa se anima-, se ha vuelto a encender la chispa al calor de la celebración, el pasado año, de su sesenta aniversario.

Diversas iniciativas, entre ellas la publicación de un libro escrito por la periodista Carmen Arroyo, han fortalecido el papel de una institución nacida para favorecer a los más modestos, que hoy como ayer son los que pagan los platos rotos. Así, cuando la crisis sigue pegando coletazos en forma de paro, subempleo, pensiones ridículas y marginación, las Hermandades del Trabajo han retomado su vieja lucha por la justicia, la formación laboral y el disfrute de un enriquecedor ocio cultural. De modo que, sin rendirse nunca, han apretado el acelerador de sus proyectos sociales mediante una empresa de inserción laboral y un exitoso centro de coworking que proporciona a jóvenes emprendedores -se intenta atraer a la juventud a toda costa- el espacio y los recursos tecnológicos esenciales para levantar su empresa. Además, han creado talleres de repostería y pintura y catas de vinos, mientras en su modernizada sede de la calle Rodríguez Marín se ha vuelto a abrir el bar -que a tantas familias atraía en los buenos tiempos- y se ofrece conciertos de la Orquesta Joven de Córdoba, la Banda Sinfónica y la Orquesta de Plectro, formaciones a las que dan dando cabida para sus ensayos.

Solo hay una nota triste en este renacimiento, y es que el padre Carlos Romero no puede disfrutarlo en su salsa, como le hubiera gustado, porque tras permanecer cuatro meses hospitalizado descansa ahora en una residencia de Cádiz. El dominico (Puertollano, 1930), cuyos desvelos fueron recompensados el pasado año con el nombramiento de Hijo Adoptivo de Córdoba, ha sido el alma de las Hermandades y su consiliario desde enero de 1957. Porque las Hermandades nacieron por el impulso de la Iglesia, y más concretamente del obispo Fray Albino -el mismo que dio casas dignas, junto al alcalde Antonio Cruz-Conde, a gente humilde en la barriada que lleva el nombre del prelado y en la de Cañero-; pero desde el principio fueron un instrumento de promoción social ajeno a ideologías y creencias. Lo que no les impidió ser cantera de numerosos líderes políticos y sindicales surgidos en la Transición.

Tanto en los buenos tiempos, cuando las cooperativas de viviendas y el auge de la caseta de Feria, las colonias de Cerro Muriano y sobre todo la piscina del Fontanar -cuyo cierre en el año 2003 marcó el comienzo del declive-, tanto en los días alegres como en los grises Carlos Romero creyó en las Hermandades como vehículo para lograr una sociedad mejor. Porque el mundo ha mejorado, pero las desigualdades siguen azotándolo.