Serrat en su apogeo mediterráneo, con olas musculares de luz y oscuridad, de atardeceres rojos, cantores y embusteros, no es sólo un juglar, no es un poeta, sino un estado de ánimo. Yo podría levantarme un día rodeado de los míos, después de cantar Lucía, levantar una copa esmaltada de vino y decir: Hoy estoy Serrat. ¿Hay otra manera de cantar, de sentir y vivir? ¿Hay otra manera de escucharlo? En fin, en esto como en todo hay opiniones y la mayoría son respetables. Pero si Sabina ha sido el cantautor o el letrista más dotado de toda nuestra historia, Serrat nos ha tocado ese nervio invisible que se enciende y se inflama en la intensidad de vivir. Serrat vuelve a estar de tensa actualidad no sólo por sus espléndidos 75 años recién cumplidos, sino por haber respondido -o mandado callar con elegancia- a alguien que le exigió, desde la opacidad encubierta del público, que cantara Mediterráneo en catalán porque estaban en Barcelona. Serrat paró el espectáculo con suave autoridad y respondió al vacío -porque sólo desde el vacío definitivo se le podía reprochar algo así- que llevaba seguramente en Barcelona cantando y trabajando por la ciudad mucho más tiempo que él y que era la primera vez que alguien interrumpía así ese espectáculo, que ha rodado por el mundo, y que por eso podía sentirse orgulloso. De su imbecilidad, añado yo. A Serrat le tiene que parecer paradójico que los mismos que hace cuarenta años le exigieron que cantara en español, cuando rehusó ir a Eurovisión para reivindicar el catalán, le exijan ahora que cante en catalán. Porque son los mismos perros, y el collar se parece. Me gusta y amo todo Serrat: en catalán, en castellano. El Serrat del Poble Sec escrito por Manuel Vázquez Montalbán. El de Paraules d’amor. El amigo del gran novelista Juan Marsé, con Teresa de baile. Aquella Barcelona con noches en Boccaccio y Gil de Biedma. Amo Mediterráneo, que es un lema de vida, de carne y de sentidos. Y amo su horizonte en libertad.H

* Escritor