La única manera de escribir sobre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es no escribir. Uno acaba haciéndolo porque esto no es política, sino sociedad del espectáculo elevada a folletín existencialista. Y las narraciones por entregas pueden tener su giro de interioridad, su matiz íntimo, pero han de interesarnos en sus mimbres o cambiamos de historia. Por eso cuando recomendamos con pasión una serie principalmente nos fijamos en dos cosas: su argumento y la calidad de su factura, su innovación o la singularidad de su lenguaje narrativo. Pero cuando la ficción se vuelve existencial, y encima no se narra con buen ritmo, nos conduce al hastío, a la melancolía o directamente a la abstención vital. Es lo que sucede con las negociaciones para la próxima investidura presidencial, que tienen algo de Falcon Crest decrépito, porque aquí no se brinda con aquellos vinos anchurosos en el paladar y soleados bajo el sol de California, sino con ese vino peleón y en tetrabrik que te sacude las sienes con el primer sorbo, en una abolición de los sentidos. Gracias a este dúo no dinámico, sino sosísimo -y también increíble, o poco verosímil-, nuestros auténticos seriales veraniegos apuntan a otros lados. O apuntan hacia cualquier dirección que no tenga que ver con ellos dos, que acaban siendo una reedición del Día de la Marmota, pero sin novedades, como si reeditaran su bucle temporal con ambiciones poco edificantes, y además pesarosas, con una suerte extraña de calima bajo los titulares. Esto es una historia que en realidad va con otros, pero que puede reventarnos el argumento y la forma de contarlo -es decir: la vida- como ya está quemando lentamente o agotando nuestra debilitada paciencia, sufrida y masoquista, para seguir ahí, sin cambiar de canal.

En el amor y en la guerra, lo peor que puede suscitarse es el aburrimiento. Es mejor la ira, que por lo menos puede terminar en una fiebre alzada debajo de las sábanas, en la loca lujuria del final de los tiempos de una historia mínima. Pero el cansancio, el puro aburrimiento, cuando ya hasta el tono de la voz nos resulta cansino y nos dan ganas no de cambiar de canal, sino de vida, es lo peor que puede sucederle a cualquier narración de nuestras sombras, porque las luces se narran con un festejo íntimo. Algo de esto brilla por aquí: esta serie concluyó la primera vez que Pablo Iglesias pudo haber pactado con Pedro Sánchez para sacar a Mariano Rajoy de la Moncloa, y lo dejó tirado. En el largo relato colectivo que hemos ido escribiendo y releyendo a ráfagas, a veces hemos tenido la impresión, por esos códigos secretos de miradas y declaraciones encubiertas, de que Rajoy ha sido más leal con Pedro Sánchez desde su antagonismo que Pablo Iglesias desde su presunta familiaridad ideológica. A partir de aquí, desde aquella ocasión que pudo haber representado el verdadero punto de giro de la política española reciente, todo ha sido una insistencia en la mala literatura, estirando los capítulos hasta la extenuación, cuando ya se intuía que la trama estaba rota. Puede ser que pacten o puede ser que no, puede ser que Pablo Iglesias haga una nueva consulta a las bases de Podemos para preguntar qué libro de poemas debe leer este verano y si es mejor el verso libre, el endecasílabo o el alejandrino, pero lo cierto es que por mucho que consulte con sus bases no lo estará haciendo con su electorado. Y además la política no está ahí para darnos la tabarra cada día, sino para que se tomen las decisiones, para que esa gente se arriesgue en nuestro nombre. Hubo un clamor entonces contra la corrupción. Iglesias creyó que iba a comerse no a Sánchez, sino a todo el PSOE, y dejó pasar la ocasión de su episodio piloto, que podía haber cristalizado en un buen spin-off o en una serie propia. El resto es futuro sólo en la medición temporal, porque aquella ocasión quedó para el pasado.

Esta serie podría titularse Pablo Iglesias y su ministerio perdido, porque va de eso. Podemos hace tiempo que no puede, y a veces parece que ni siquiera pudo, porque tenía el veneno en la piel. Su descabezamiento progresivo no ha sido la crónica de una muerte anunciada, sino una muerte por capítulos en directo. Además de formar Gobierno juntos, Pablo Iglesias también podría votar la investidura de Pedro Sánchez, apoyar las medidas con las que esté de acuerdo y hacer de oposición en las demás, pero nada de eso le dará vuelo gubernativo, que puede ser, quizá, la única escritura de Podemos con futuro político. Porque el televisivo es otra cosa.

* Escritor