Dicen los numerosos expertos en terrorismo yihadista que han sido consultados tras lo ocurrido en Barcelona que el problema está en la segunda generación. Los hijos de aquellos inmigrantes que llegaron a mediados de los noventa son los más vulnerables a procesos de radicalización por la falta de expectativas y por el sentimiento de exclusión, por la ausencia de vías para integrarse y por el estallido de la guerra santa mediáticamente popularizado por el ISIS. De hecho, los ataques sufridos en grandes ciudades como Londres, Bruselas o París fueron protagonizados en parte por individuos de nacionalidad británica, belga o francesa deseosos de darle lo que merecían a los habitantes de su propio país, el país profundamente extranjero al que sus padres llegaron huyendo de la miseria, la nación próspera y odiosa que los condenó a sobrevivir en guetos suburbiales sin futuro.

No es la realidad de Córdoba. Los alumnos marroquíes que he tenido, los grupos de chavales que veo deambular por el centro ni siquiera tienen aquí la referencia de un núcleo familiar más o menos estructurado. Vinieron solos. Se escondieron en lo más recóndito de un camión o se la jugaron en la inmensidad del océano. Están solos.

Hasta que tienen 18 años viven relativamente tutelados por la administración. A partir de la mayoría de edad les espera el desamparo y la insuficiente ayuda no gubernamental de entidades y colectivos, la casa de Campo Madre de Dios, un refugio de Cáritas, una plaza en la Fundación Don Bosco o en un piso de Córdoba Acoge si hay suerte, algún programa de inserción laboral, tal vez unas prácticas.

Es necesario invertir en ellos, evitar que caigan en el lado oscuro, trabajar la prevención, garantizar el apoyo de integradores y educadores comunitarios que complementen la labor policial, dotar de recursos humanos a los centros de secundaria incapaces de atender las necesidades de tanta buena gente abocada al fracaso. De lo contrario puede que algún día seamos nosotros los que suframos el fanático zarpazo de un atentado.

Imagina que estás en la calle o sobreviviendo de techo en techo sin saber qué será de ti el mes que viene. Alguien de fuera o alguien que opera sigilosamente desde dentro aparece en tu vida. Alguien que te paga piso y te costea gastos sin escatimar. Un amable benefactor que te habla durante meses de la sangre derramada de los mártires. Imagina ahora que el valiente defensor de tantos hermanos oprimidos te propone llevar a cabo un plan aquí mismo, en un punto del mapa cargado de simbolismo, la antigua capital del califato. En Navidad o en Semana Santa o cuando sea. Imagina que puedes llegar al paraíso en furgoneta, que por una vez tienes a tu alcance una forma heroica de ser alguien en la vida. O en la muerte.

Yo sí tengo miedo.

* Profesor del IES Galileo Galilei